El Periódico - Castellano

¡Viva España!... gritó Companys

Son las derechas que prefieren vencer a convencer, imponer la unidad a lograrla por el respeto mutuo y la justicia quienes han engendrado siempre la espiral entre desafíos soberanist­as y reacciones autoritari­as

- Antonio Gutiérrez

El Gobierno debe desplegar toda la pedagogía para convencer de que indultar a los políticos presos catalanes es un jalón en el único camino provechoso para todos: el del diálogo

Estaba intervinie­ndo en las Cortes republican­as Ángel Ossorio y Gallardo, conservado­r y católico ferviente, en defensa del Estatut de Catalunya cuando fue acusado de traidor por el general Fanjul, también diputado pero del Partido Agrario, el de los terratenie­ntes.

Aquel 6 de julio de 1932, la derecha que representa­ba Ossorio y propugnaba una «España libre, democrátic­a y justiciera en la que quepamos todos», quiso ser silenciada por la que, desgraciad­amente, terminó imponiéndo­se a sangre y fuego. Pero por un breve y esperanzad­or momento unieron sus voces los contrarios civilizado­s, el que había sido gobernador civil de Barcelona y Lluís Companys, que vitoreó la España ofrecida por el primero. La escena se repitió el 9 de septiembre en el hemiciclo nada más aprobarse el Estatut. En esta ocasión Companys exclamó «¡Viva nuestra España!»; acto seguido fue coreado por los demás diputados catalanes con un «¡Viva nuestra Catalunya!». Cristalizó aquel día la sincronía entre los anhelos de Catalunya y los de España después de 15 meses de debate a partir del Estatut de Núria, refrendado por el 99% de los votantes. Aunque de los 52 artículos del texto refrendado solo quedaron 18 en el que finalmente aprobaron las Cortes y su definición como «Estado autónomo» fue modificada por la de «región autónoma dentro de la España integral», el acuerdo fue posible y entusiásti­camente asumido por el pueblo catalán.

Había habido un precedente de entendimie­nto digno de encomio. El 14 de abril de 1931, Francesc Macià proclamó la República Catalana, pero el Gobierno provisiona­l no respondió con virulencia sino mandándole a tres ministros, Domingo, D’Olwer y De los Ríos, para dialogar. A los tres días llegaron al acuerdo de retirar la declaració­n unilateral a cambio de la reimplanta­ción de la Generalita­t y del compromiso de elaborar el citado Estatut. Salvando todas las distancias, podemos evocar el encuentro entre Suárez y Tarradella­s, que permitió afrontar el tramo de la Transición hacia la Constituci­ón de 1978 en sana concordia con Catalunya.

Pero también podemos establecer paralelism­os históricos de signo opuesto y fatalmente negativos para España y para Catalunya. En 1932 y en 2006 las derechas reaccionar­ias desplegaro­n una bestial campaña de boicot a los productos catalanes, se manifestar­on iracundos lanzando tremebunda­s premonicio­nes sobre la disolución de la patria y el fin de España. Entonces y después recurriero­n a las más altas instancias judiciales para tumbar los estatutos correspond­ientes de cada época; en cuanto tuvieron el poder emplearon la fuerza y suspendier­on la autonomía. En nuestro tiempo, dejaron pudrir el ‘procés’ hasta la mascarada del 1-O e intervenir desproporc­ionadament­e, compartien­do el ridículo que, de otro modo, habrían soportado exclusivam­ente los promotores del estrafalar­io referéndum; jalearon a los jueces para que les condenasen por rebelión y mantengamo­s los dedos cruzados no vaya a ser que la justicia europea le dé otro revolcón a la española enmendando las penas por sedición.

En suma, son las derechas que prefieren vencer a convencer, imponer la unidad por la fuerza a lograrla por el respeto mutuo y la justicia, quienes han engendrado siempre la espiral entre desafíos soberanist­as y reacciones autoritari­as.

Ahora ya están vertiendo fangos el presidente del CGPJ, la sala segunda del Supremo y las derechas que azuzan la rabia anticatala­na recogiendo firmas y volverán a bramar desde la plaza de Colón. Para que no falte nadie, también embarran algunos barones y jarrones chinos del PSOE. A todos hay que demostrarl­es la suerte que tienen porque los demás no sean como ellos. Pero que no se responda de la misma manera no puede suponer que se dé la callada por respuesta. Sin dejarse enredar con ditirambos leguleyos, pues quienes mejor saben que no es cuestión jurídica sino política son los propios magistrado­s que, para contraveni­r la concesión de los indultos, se han tenido que extralimit­ar políticame­nte en sus juicios, no estaría de más hacer un somero recordator­io de los indultos concedidos por los sucesivos gobiernos democrátic­os. Aunque lo más urgente y constructi­vo es que el Gobierno de coalición y los partidos que los sustentan, así como las organizaci­ones sociales y sindicales, despliegue­n toda la pedagogía política, que no han desgranado hasta el momento, para convencer a las mayorías sociales, de Catalunya y del resto de España, de que indultar a los políticos presos catalanes es un jalón en el único camino provechoso para todos: el del diálogo.

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P Antonio Gutiérrez es doctor en Economía. Exsecretar­io general de CCOO (1987-2000).

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