Rutina del fracaso
saber entonces que en ese mismo momento estaba certificando un final traumático en Krasnodar, la ciudad rusa que abandonó a escondidas apenas 48 horas antes del inicio del torneo. Firmó con el Madrid sin avisar antes a Luis Rubiales, el presidente de la federación, que lo despidió de forma fulminante.
Hierro, que era el director deportivo federativo, colgó el traje en el armario, se puso el chándal y dirigió a España cuatro partidos y volvió a casa sin dejar huella alguna en Rusia, sumergida la selección en la rutina del fracaso. Empezaba entonces la ilusionante era de Luis Enrique, aunque se truncó rápida y tristemente la revolución que había diseñado.
Tan solo 11 meses, 10 encuentros y un camino aparcado abruptamente por la trágica enfermedad de su hija, que terminó falleciendo. Arrancaba el fugaz paso de Robert Moreno, ayudante del asturiano, tanto en el Roma, Celta y Barça, a quien él luego no le perdonó su falta de lealtad. Apenas seis partidos estuvo el catalán de seleccionador.
Incluso en su ausencia, «el proyecto siempre era de Luis Enrique», como solía recordar Rubiales. Y hace poco más de un año, en marzo de 2020, Lucho volvía a su lugar. Al banquillo de La Roja. Un banquillo cada vez más incómodo porque el recuerdo de aquella inolvidable visita al paraíso sigue estando demasiado cercano. Esa nostalgia angustia y tortura a su inquilino.
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