El Periódico - Castellano

Hoy todos somos Anna y Olivia

- David Creus MOLLET DEL VALLÈS

Como ser humano solo puedo decir que lo siento a la familia de Anna y Olivia. Se te parte el alma cuando te enteras del probable destino de estas dos niñas. Dos ángeles inocentes que lo único que deberían estar haciendo ahora es jugar. Pero otra vez un padre cobarde asesina su inocencia sin razón alguna, porque no existe razón para estos actos. Y si algo me indigna mucho en un día como hoy es que vuelva a los medios el debate de la violencia de género, aprovechan­do el dolor que siente todo un país. Porque es un tema que deberíamos debatir cada día, hasta tener leyes justas y poner los medios necesarios para que esto ocurriera las menos veces posibles. Y hoy, la justicia tiene a demasiados presuntos culpables paseando por las calles gracias a nuestras leyes.

Siento rabia al escuchar a la clase política lamentarse de un hecho tan irracional y que no es desconocid­o para ellos como otro acto de violencia de género, esta vez contra dos niñas. Hoy todos somos Anna y Olivia y estamos en lo que podemos con el sufrimient­o de esta familia. Pero si quienes pueden cambiar las leyes miran a otro lado siempre, esto es una batalla perdida. Y una parte de responsabi­lidad tienen cada vez que ocurren hechos como este. Me dirán que no es el momento para escribir esto. Pero siento rabia, y sí, sí es el momento. Es hora de que estos temas no tengan una ley como la que ahora tiene España. Es hora de que aquellos jueces que interpreta­n a su manera el dolor ajeno, dictando algunas sentencias que solo ellos pueden explicar, asuman su responsabi­lidad. Si la ley es injusta y quienes la deben aplicar no lo saben hacer mejor, esta no será la última barbaridad que tendremos que sufrir. Mi más sentido pésame y ánimo para esta madre y familiares ante este dolor y sinrazón.

nhijos, a los que ha parido, protegido, mintiendo y disfrazand­o tanta humillació­n, tanto insulto, tanto puñetazo.

El maltratado­r sabe dónde dar y acierta bien en la diana, unas veces secuestran­do a los hijos; otras, matándolos para así pegar la última bofetada, la certera, la que matará por dentro a la mujer. Y a veces, el maltratado­r, consumada su venganza, se entrega, y otras veces se mata. Ojalá ni yo ni nadie tenga que escribir una carta como esta nunca más. Ojalá un día hablemos en pasado porque hace tiempo, mucho tiempo, en una sociedad ya muy lejana, pasaba eso, pero, queridos hijos, ahora ya no.

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