El Periódico - Castellano

BARCELONEA­NDO Se busca niño sin pelota

En Consell de Cent con paseo de Sant Joan hay un balón colgado en lo alto de un árbol. Cómo llegó ahí es una incógnita, pero si sale el chaval, por Júpiter que lo recuperamo­s.

- CARLOS MÁRQUEZ DANIEL

Hay algo peor: que un niño te pida que le devuelvas su pelota llamándote «señor»

Poco sabemos de la protagonis­ta de esta historia. Que es de color rojo, Que acumula cierto desgaste, que lleva impreso el logo de una conocida marca de refrescos y que está colgada en un árbol a una altura muy considerab­le, justo delante de la hasta hace muy poco redacción de EL PERIÓDICO, en el cruce de Consell de Cent con el paseo de Sant Joan. Tenemos la descripció­n, pero nos falta lo más importante: dar con el propietari­o de esta pelota, o propietari­a, para poder iniciar una operación de rescate antes de que la intemperie lo deje inservible.

¿Pero cómo demonios llegó tan arriba? ¿Cayó desde algún balcón cercano? ¿Un padre que se vino arriba y se jugó una hernia inguinal con un zapatazo? ¿Una barbacoa en un terrado con partidito después del pacharán? Sin olvidar que reposa sobre una calle muy transitada, con dos carriles de circulació­n más otro para las bicis y vehículos de movilidad personal, y sobre una acera por la que pasea mucha gente. Valiente disparo ante tanto trajín vial. No muy lejos hay un par de escuelas. ¿Habría que empezar a buscar por ahí? ¿O es un niño o una niña de un edificio del entorno? ¿Y si resulta que vino volando con alguna de las tormentas de arena de las pasadas semanas?

No consta que este cruce haya formado parte de alguno de los cortes de tráfico que cada dos viernes ha organizado la plataforma Revuelta Escolar para exigir la pacificaci­ón de los entornos urbanos de los centros educativos. Así se explicaría mejor que, sin coches y con los chavales improvisan­do porterías con carteras sobre el asfalto, en un lance de juego la pelota acabara en lo alto de esta firmiana, también llamada parasol de la China. Antes, según aporta Antonio Madridejos, periodista de esta casa y amante de los árboles, se plantaban muchas en Barcelona, pero el ayuntamien­to ha dejado de hacerlo debido a la fragilidad de su madera (es proclive a las roturas). En un bar cercano ni se habían dado cuenta de la presencia del balón. Algunos vecinos asienten con la cabeza, pero ni una sola pista. «Ni idea, la vi porque es roja y me llamó la atención. Debe llevar ahí unas semanas».

Los nuevos patios

Es cierto que el patio de las escuelas atraviesa por un momento de transforma­ción para romper con la dictadura del fútbol durante el recreo. Se busca modificar el concepto, con nuevos juegos y recursos, y también el espacio, añadiendo estructura­s o elementos que rompan con la clásica configurac­ión de porterías en los extremos con alguna que otra canasta en lo ancho. Que el deporte rey ceda su cetro en estos espacios de asueto escolar es también una manera de democratiz­ar los colegios, de evitar que los niños (y cada vez más niñas) ocupen la parte noble y que el resto se quede con los rincones. Pero eso no quita que la pelota siga siendo, segurament­e, el símbolo del juego infantil. Sea porque quieren ser como Leo Messi o como Jennifer Hermoso. O como sus padres, que siguen jugando en esas ligas nocturnas de las que, un día sí y otro también, vuelven a casa entre cojos por el esfuerzo y contentill­os por las cervezas de después.

Si les ha pasado alguna vez, hay pocas cosas más crudas en la infancia que perder una pelota. O que se te cuelgue por encima de la valla del colegio y sea pasto del tráfico. Aunque cuando te haces mayor, hay algo que supera ese dolor. Sucede cuando a un chaval se le escapa el balón en la plaza, el esférico viene hacia ti y el chaval suelta: «¿Señor, me pasa la pelota?». ¿Señor...? Entonces muchos intentan lucirse, dar unos toquecitos y devolverla con clase. Mientras el niño te mira esperando que dejes de hacer el ridículo. Pero tú ahí, digno, futbolero, intentando disimular el tirón que te ha apuñalado el abductor, volviendo al patio por unos deliciosos segundos. «Toma, chaval». Y se marcha medio girado, sin entender nada.

Puede que ese infante estuviera jugando no muy lejos de una señal que veta la práctica del fútbol de calle. Es redonda, con un niño y un balón tachados, o solo el esférico cubierto por una línea diagonal, o un pie chutando debajo de la raya. Otras versiones más arcaicas lo dicen con letras: «Prohibido jugar a pelota». Por suerte, el consistori­o las está retirando, lo que no cambiará mucho la cosa porque los pequeños de Barcelona jugaban igualmente. Y sí, alguna pelota tiraba vasos de una terraza cercana, y sí, alguna señora se llevaba un balonazo, pero son los gajes de compartir ciudad, como comerse el dióxido de carbono de los coches, tener un pis de perro en cada esquina o, lo último de lo último, aguantar la lavadora del vecino porque ahora si la pones de madrugada casi te sale a devolver.

 ?? Ricard Cugat ?? El balón atrancado entre dos ramas de un árbol en la calle del Consell de Cent.
Ricard Cugat El balón atrancado entre dos ramas de un árbol en la calle del Consell de Cent.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain