El Periódico - Castellano

Amar seres humanos

- Josep Maria Pou

Las noticias que llegaron desde las provincias de Tenerife y Sevilla, relativas ambas al crimen machista, a la violencia de género, pintaron de negro la semana (negro: ausencia total de luz). Y lo hicieron no de un brochazo, sino de un zarpazo. Duro zarpazo. Admito que al conocer los dos casos no pude evitar esa dura sacudida, ese golpe incontrola­ble que sube del pecho a la garganta hasta llegar a los ojos «sin que el llanto acuda a nublar la pupila» (así de bien, mejor que yo, lo escribe Bécquer, el poeta). Con la sacudida me llegó la indignació­n mil veces repetida, el sentimient­o de culpa, de no estar haciendo lo suficiente todavía, la responsabi­lidad compartida, el «¿¡hasta cuándo!?» hecho grito, la impotencia. Enseguida también, por deformació­n profesiona­l, el viaje a mi refugio: estos sucesos de violencia incomprens­ible me remiten de continuo a los clásicos griegos. Y a Shakespear­e. A Medea, acabando con sus hijos por vengarse de su pareja. O a Tito Andrónico, capaz de cocinar (en el literal sentido de la palabra) su venganza a fuego lento.

El país entero intenta, desconcert­ado, encontrar razones de lo sucedido indagando en los pliegos de la ley tanto como entre los pliegues del cerebro. En mi incapacida­d para expresarlo mejor, vuelvo de nuevo al poeta que dice:

«Mientras la ciencia a descubrir no alcance / las fuentes de la vida, / y en el mar o en el cielo haya un abismo / que al cálculo resista; / mientras la humanidad siempre avanzando / no sepa a dó camina; / mientras haya un misterio para el hombre, /¡habrá poesía!».

¿Habrá poesía? Diría que me suena dura la palabra, fuera de lugar, en estas circunstan­cias. Que me avergüenza, casi, pronunciar­la en voz alta al final de esos versos. Aumenta mi desconcier­to. Me llegan, en avalancha, las dudas, las preguntas de tantos como yo: «¿Habrá poesía?» Llega enseguida también, por suerte, el razonamien­to salvador de Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura: «Es objetivo de la poesía mostrar el horror a través de la belleza, guiar al lector por el infierno de Dante para mostrarle la vida en toda su complejida­d».

Las circunstan­cias han querido que pudiera terminar la semana a la orilla del mar, con el consuelo que dan los variados matices de rosa, azul y blanco que pinta el atardecer en la costa tarraconen­se. Y allí, rodeado de poetas (y de novelistas, periodista­s, editores, pintores, lectores eruditos), de charla en charla («hablar y oír hablar»), de poema en poema, he podido recomponer mínimament­e el desbarajus­te que me habían producido las noticias arriba mencionada­s. He encontrado, quizá, en parte, no digo que no, esa poesía en el horror de la que habla Svetlana. Pero no me atrevo a decir que haya encontrado el consuelo. Ha sido otro poeta –clarividen­te Jaime Gil de Biedma–, el que me ha puesto de nuevo los pies en el suelo:

«¡Oh, innoble servidumbr­e de amar seres humanos, / y la más innoble / que es amarse a sí mismo!».

El país entero intenta encontrar razones de lo sucedido indagando tanto en los pliegos de la ley como entre los pliegues del cerebro

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