El riesgo climático también cotiza
Los máximos dirigentes de Blackrock, Naturgy y Repsol reconocen que los modelos de negocio de las grandes compañías deberán renunciar a parte de sus beneficios para combatir la crisis ecológica.
«El capital ha despertado y empieza a entender que el riesgo climático es un riesgo para los inversores». Esta frase no es de un activista de Greenpeace. La pronunció el vicepresidente de Blackrock, Philipp Hildebrand, ayer en la segunda jornada del Cercle d’Economia. Un hombre que es el número dos de un fondo de inversión que en el 2020 ganó 4.932 millones de dólares y gestiona una cartera de 8,68 billones de dólares. El Cercle acogió ayer una especie de catarsis colectiva, en la que los máximos dirigentes de multinacionales como Naturgy y Repsol intercambiaron pareceres sobre la enésima refundación del capitalismo para adaptarse a la era poscovid y la urgente crisis ecológica por la que ya transita el planeta.
«Da lo mismo cuánto dinero público se invierta y, sin embargo, ninguna cantidad de gasto público será suficiente para hacer frente al reto del cambio climático. Vamos a tener que movilizar grandes sumas de capital privado», le dijo Hildebrand a las personalidades del mundo empresarial congregadas, presencial y telemáticamente, por el Cercle. El coloquio discurrió entre la contradicción, innegable y no negada por ninguno de los presentes, de sacrificar parte de la cuenta de resultados para intentar salvar el planeta.
«La misión es importante, pero si semestre a semestre no generamos beneficios nos van a echar. Lo difícil es cumplir con los beneficios y con el objetivo», declaró el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz. Empresa que se ha comprometido públicamente a alcanzar las cero emisiones netas de CO2 para el 2050. «Si nos pasamos de ambiciosos, no podremos llegar y si nos pasamos de perezosos, no llegaremos», dijo, en la misma línea, el presidente de Natury, Francisco Reynés.
El discurso de los ponentes, en una conferencia bautizada bajo el título de El propósito empresarial. El
nuevo capitalismo, fue tanto una declaración de intenciones como un intento de convencer a su parroquia de inversores, que son quienes acaban exigiendo las crecientes rentabilidades trimestre a trimestre. No solo la crisis ecológica tuvo pábulo ayer en el Cercle, sino que la digitalización es otra de las transiciones que están poniendo en jaque el contrato social con la ciudadanía.
Gobernar la tecnología
Si los actuales niveles de contaminación van camino de dinamitar la habitabilidad del planeta, el auge de la automatización pone en riesgo el modo de vida de importantes capas de la población. Una y otra son, en parte, cara de la misma moneda, según explicó el economista del Massachusetts Institute of Technology (MIT), Daron Acemoğlu. Pues la competencia global y la necesidad de aumentar los márgenes de beneficios provocan que las empresas cada vez tiendan más a invertir en tecnología y no en capital humano, ya que los impuestos sobre la primera son sensiblemente inferiores a los costes laborales de los segundos.
Las empresas necesitan invertir cada vez más en tecnología, no para descargar de trabajo a sus empleados y dotarlos de más tiempo de ocio, sino para seguir compitiendo. La pandemia ha acelerado esa digitalización y Acemoğlu ha considerado necesario que, «si hay un exceso de automatización, deberíamos regular la tecnología», según expresó. No en un sentido ludista -ese obrero del siglo XIX que destrozaba máquinas de vapor porque le quitaban el empleo-, sino utilitarista. «La tecnología es maleable, […] podemos elegir hacia dónde la enfocamos» y «al servicio de quién», alertó el economista.
La automatización está aumentando la productividad, pero no el bienestar de los trabajadores