No son tiempos de renuncias
Hace años que nos encontramos con la política muy revuelta y las dos Españas movilizadas cuando no confrontadas. Dos almas que niegan deberse respeto ni parentesco se enseñan los dientes para desear lo peor a la otra. Los viejos ejes izquierda-derecha, clericalanticlerical, nacionalismo periférico-patriotismo centralizador toman forma de trinchera agreste, donde las hachas de guerra y la toma de posiciones, por suerte, no suelen sobrepasar lo simbólico, pero sí agitar los ánimos lo suficiente como para recordar a la España cauta aquellos tiempos convulsos que precedieron a los regímenes totalitarios en Europa.
Con posicionamientos numantinos y consignas provocadoras ha transcurrido el debate sobre los indultos. Y en este lodazal sorprende ver el autoproclamado bloque constitucional negando el indulto a los políticos presos catalanes a la vez que reivindica el «espíritu de la Transición», basado en la reconciliación nacional y el perdón. Llámenme pesimista, pero representan una España sociológica que sigue viendo más grave una proclamación ilícita, pero pacífica, de independencia que asaltar el Congreso con armas.
Más allá del debate confuso sobre el indulto abortado de Tejero, recordemos: el general Armada, futura pieza clave de la junta militar golpista, fue indultado por un Gobierno socialista tan solo 6 años después del 23-F. En el otro extremo encontramos a los sectores ‘procesistas’, vestidos de antifranquistas pesuqueros, pidiendo a voces una amnistía que tiene su precedente directo en la de 1977, que indultó de facto y por igual a torturadores y torturados, siendo más beneficiados los primeros, por número y calidad de su pena, que los segundos, apenas un centenar de presos. Una auténtica ley de punto final que selló, sin duda, las fosas del olvido. El indulto ya está cocinado, pero la obra no es cancelable si no es a un precio político alto. No son tiempos de renuncias.