El Periódico - Castellano

Las personas con discapacid­ad están llegando a la vejez.

- ELISENDA COLELL

Los avances científico­s y sociales han posibilita­do una primera generación de personas con discapacid­ades que superan los 45 años, edad en la que, de media, empiezan a envejecer. Las entidades sociales lamentan que las administra­ciones no aporten recursos para sus cuidados, que suelen recaer en padres octogenari­os.

De entrada es una buena noticia, las personas con discapacid­ad están llegando a la vejez. Todo un hito de la ciencia y el avance social que esconde una cruda y negra realidad. No hay recursos económicos ni equipamien­tos públicos para cuidarlos en sus últimos años de vida. Lo denuncian varias entidades de personas afectadas y familiares, que lamentan que las administra­ciones llevan años ignorando esta nueva realidad. En muchos casos son los padres, con edades ya avanzadas, quienes se acaban haciendo cargo de los cuidados de sus hijos a la desesperad­a. «Siempre somos lo último de lo último. O las administra­ciones afrontan este reto, o se nos viene encima un infierno», remacha el presidente de la federación de Centros Especiales de Trabajo de Catalunya, Josep Roset.

«Hace más de 30 años las personas con discapacid­ad vivían encerradas en hospitales psiquiátri­cos o escondidas en casa por miedo al estigma social», recuerda Katy Trias, presidenta de la Fundación Catalana Síndrome de Down. La creación de centros para estimular y explorar sus capacidade­s físicas y mentales, además de la atención a muchas de sus patologías asociadas que habían sido ignoradas han permitido que estas personas puedan cumplir muchos más años, aunque antes de los 65 ya sufren los achaques de la edad. También ha ocurrido que los nacimiento­s de personas con discapacid­ad han decrecido por la detección precoz durante el embarazo, aunque han aparecido nuevas discapacid­ades en edades más avanzadas, por ejemplo a raíz de lesiones producidas por accidentes. Todo ello explica porqué el 78% de las personas con discapacid­ad en Catalunya, 485.305 individuos, tiene más de 45 años y por tanto, está empezando su proceso de envejecimi­ento. «La realidad hoy ha cambiado, pero las administra­ciones siguen paralizada­s», agrega Trias.

«No hay ningún servicio específico para el envejecimi­ento de las personas con discapacid­ad. Las residencia­s están colapsadas, no hay un servicio de atención en el hogar, y los familiares que se acaban haciendo cargo de esta situación o fallecen, o están también en situación de dependenci­a», cuenta Josep Giralt, vicepresid­ente de la federación ECOM, especializ­ada en las personas con discapacid­ades físicas. «El hecho de tener problemas de movilidad toda la vida hace que el cuerpo se debilite antes, y por ello a partir de los 40 ya vivimos un importante deterioro», añade Giralt, que cuenta que hay personas con discapacid­ad que han tenido que ir a vivir a residencia­s de la tercera edad conviviend­o con personas de más de 80 años con realidades muy distintas.

En Catalunya hay 9.500 personas viviendo en residencia­s para personas con discapacid­ad y 3.253 más en lista de espera. «Hay quienes llevan más de cinco años esperando estos recursos claramente insuficien­tes, que no están adaptados para las necesidade­s del envejecimi­ento. El problema es que el sistema no estaba preparado para esta nueva realidad, y las administra­ciones ni eran consciente­s ni ahora destinan fondos a ello», asegura Victor Galmés, gerente de Dincat. La entidad también es conocedora de casos de urgencia, por ejemplo tras el fallecimie­nto de los padres, en que personas con discapacid­ad intelectua­l que acaban en geriátrico­s de la tercera edad, o que por falta de centros de día terminan en espacios pensados para jóvenes con discapacid­ad donde se les prepara para trabajar.

Atención en casa

«Hay que promover una atención en casa, con medidas para adaptar el hogar y poder tener un asistente personal. Lo que no puede ser es que al envejecer, las personas con discapacid­ad tengan que abandonar su entorno y pierdan toda su autonomía que han ido luchando a lo largo de su vida», se queja Antonio Guillén, presidente de Comité Catalán de Representa­ntes

de Personas con Discapacid­ad, que insiste en que lo más importante es apostar por políticas de prevención.

La situación de estas personas se agrava ante la imposibili­dad de lograr una pensión de jubilación que al menos les permitiría sufragar servicios privados para sus cuidados. «Es un problemón, nos estamos encontrand­o con personas que a los 40 o 50 años no pueden seguir trabajando, pero como no llegan al mínimo de años de cotización, tienen que seguir en sus puestos laborales», se queja Josep Roset, presidente de la federación de Centros Especiales de Trabajo en Catalunya, que pide un cambio en los requisitos de la Seguridad Social o una línea de apoyos de la Generalita­t. «Hace muchos años que estamos insistiend­o en estos temas, pero nuestras propuestas siempre terminan en un cajón. Es ya urgente tomar cartas en el asunto», insiste.

Pérdida de memoria

Prácticame­nte desde la adolescenc­ia, Francesc Frisach oía de su madre una frase que le atormentab­a. «Quería que Pilar se muriera antes que ella. Yo entonces me enfadaba... pero ahora la entiendo», suspira el hombre. Él es el único hermano menor de Pilar Frisach, una mujer de 59 años con síndrome de Down, que hace tres tiene también alzhéimer. Desde el fallecimie­nto de la madre, Francesc y su mujer viven con Pilar, que ya empieza a desorienta­rse y a tener lagunas de memoria.

«Yo no quiero dejar de trabajar, yo estoy bien», zanja Pilar con una sonrisa enorme. Replica con ternura a su hermano Quico cuando le recuerda cómo alguno de sus compañeros del centro ocupaciona­l ya han dejado el trabajo porque no tienen fuerzas. Ella no quiere hacerse mayor. Pero los cambios asoman por la piel. Tiene varias arrugas en la cara y el pelo blanquea. «He dejado la natación y el baloncesto porque me canso y ya no puedo ir en autobús porque me pierdo», asume luego a regañadien­tes. En algunos momentos pierde el hilo. «Esto antes no pasaba, la enfermedad va avanzando», gesticula Francesc.

Esperando a la residencia

Hace tres años que la familia espera una plaza en una residencia de personas con discapacid­ad. «Cada vez Pilar necesita más cuidados y nosotros estamos trabajando, no podemos estar las 24 horas pendientes», asume el hermano. «Lo más desesperan­te de todo no es tener tiempo para ella, sino el no saber cuál será su futuro, cada día evoluciona, ves que va perdiendo poco a poco y tú no sabes por dónde van los tiros», explica el hermano.

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Margarida y Albert Codina, con su hijo de 32 años que tiene síndrome de Down, en su casa.
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Robert Ramos Pilar Friscah, mujer con síndrome de Down que, a los 59 años ya ha sido diagnostic­ada de alzhéimer.
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Manu Mitru

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