El Periódico - Castellano

Cumpleaños ¿feliz?

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Estoy a escasas semanas de una fecha que ha ido siendo fatídica a medida que han ido pasando los años, la de mi cumpleaños. Recuerdo que cuando cumplí 5 añitos fue un día feliz. No fui consciente de lo que significab­a cumplir un año más. Ese día mi familia me besó más de lo habitual y se montó una fiesta con amiguitos que cantaron un desafinado «cumpleaños feliz», mientras yo soplaba una preciosa tarta. Yo estaba encantado. A partir de ese día no cambió nada, a lo sumo tuve que aprender a enseñar un dedo más cuando mostraba la mano para decir mi edad. En la difícil adolescenc­ia, los cumpleaños los hacía en dos tiempos: el primero con los familiares, que me aturdían y ruborizaba­n con sus abrazos y felicitaci­ones, y luego con quien realmente me apetecía celebrarlo: los amigos. Al cumplir los 18, sentí el orgullo de llegar a la deseada mayoría de edad. A partir de entonces las celebracio­nes familiares se diluyeron cada vez más; siguieron felicitánd­ome, pero ya con ese abrazo que se da a los hijos adultos. Entonces los regalos se convirtier­on en algo práctico: un sobrecito con dinero. Llegar a los 30 me pareció una calamidad, los niñatos de 18 me miraban como a un señor mayor. A los 40 necesité mis primeras gafas para leer las felicitaci­ones de quienes me escribían, y tonto de mí, pensé que había dejado de ser joven. A los 50 decidí que mi aniversari­o debía celebrarse en la intimidad y con la más absoluta discreción. A los 60 dejé de convocar y proclamar que era mi cumpleaños. Así que estoy en esa etapa en la que ese día procuro contestar a quienes me felicitan y dedico escasos minutos a bromear sobre algo que ya no tiene ninguna gracia.

Creo que no debo disimular la edad en la que me encuentro. No tiene sentido. Sin embargo, me he propuesto evitar aquellos síntomas que delatan, ante quienes son más jóvenes, que tú ya eres de otro tiempo. Un consejo para quienes rondan mi edad: ahora que se acercan las vacaciones y quien más quien menos puede que se divierta con los amigos, e incluso llegue el momento, ¿por qué no?, de tener que bailar, ¡mucho ojo!, no palmeéis jamás mientras estéis bailando porque, al parecer, entre la gente joven es un síntoma de decadencia absoluta. Tampoco utilicéis expresione­s como «de fábula» o «fardón», y no uséis expresione­s del tipo «eso es la repanocha», porque los más jóvenes te mirarán como lo hizo Howard Carter al descubrir la momia de Tutankamón.

Creo que no debo disimular la edad en la que me encuentro. Pero me he propuesto evitar aquellos síntomas que delatan que eres de otro tiempo

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Carles Sans

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