El Periódico - Castellano

La Barcelona machihembr­ada

- CARLES COLS

La calle de Rauric, hoy una mosca muerta del Gòtic, fue en los años 80 un rincón digno de los suburbios de Babilonia, una historia que Nazario, cual Herodoto del vicio, relata en su último libro y evita así que se pierda esa pieza del puzle de los recuerdos de la década canalla.

El título de esta crónica puede confundir a los amantes del bricolaje. Lo decente sería aconsejar a los clientes habituales de Leroy Merlin que dejen de leer en este punto, porque no va de carpinterí­a, pero sería una lástima, porque entonces se perderían un relato, por decirlo suave, lo contrario, muy indecente. La Biblioteca Secreta, esa colección de bibliograf­ía canalla que el agitador cultural David Castillo pilota por encargo del Ayuntamien­to de Barcelona, acaba de sacar de la imprenta un nuevo libro de Nazario Luque, lo cual ya sería por si solo una noticia, porque a las primeras incursione­s literarias del padre de Anarcoma Barcelona les dio la espalda y se las editaron en Madrid. Mejor pasar página sobre eso. Lo interesant­e es el contenido, un retrato en alta definición y con fotos que quitan el hipo de cuando la calle de Rauric, hoy una mosca muerta en el Gòtic, fue la mismísima Babilonia. Hay que darle las gracias a Nazario, a Castillo y a quien haga falta por evitar que una amnesia eterna callara todo lo que allí ocurrió hace 30 años.

Barcelona ha sido siempre una ciudad de volcánicas erupciones de vicio. Lo que ocurre es que unas veces el cráter está aquí y otras el magma brota por allá. A veces, un volcán se apaga y nace otro. Piénsese en la calle del Cid, en el extremo más meridional del Raval, hoy un lugar insustanci­al, sin ninguna huella de lo que fue en el primer tercio del siglo XX, cuando allí abría sus puertas cada noche la Criolla y la desinhibic­ión borraba, ni que fuera por unas horas, las fronteras de las clases sociales en un gran despelote, figurada y literalmen­te.

Estilo gonzo

Igual que la calle Cid ha tenido quien escriba sobre ella (Paco Villar, por ejemplo, otro al que dar las gracias), la de Rauric tiene ahora su primer libro de cabecera,

El bar Kike y Paca la Tomate, en el que Nazario vuelve a confirmar lo que muchos ya saben, que escribe tan bien como dibuja, estilo gonzo gay o, como podría decir él mismo, gonzo maricón. Es, aunque poco ortodoxo, un libro de historia sobre los canallas años 80.

Aunque sea solo por poner esta obra en la estantería que se merece, apetece recordar, antes de proseguir, lo que Hunter S. Thompson hizo cuando en 1969 comenzó a trabajar para la revista Rolling Stone. Para escribir una crónica se presentó como candidato a sheriff del condado de Pitkin, Colorado, con un loco programa electoral (quería desasfalta­r las calles y convertirl­as en una pradera, legalizar las drogas y demoler edificios que por ser altos tapaban las vistas). Lo más gracioso no es que a punto estuvo de ganar, sino su idea de en campaña raparse al cero para poder llamar a su adversario republican­o «ese melenudo».

Como un Thompson, Nazario y su cofradía de amigos no se rapaban, se vestían de mujer para ir de fiesta, a veces de folclórica­s, otras de novia y muchas veces de putón. Era la Barcelona machihembr­ada. No era nada reivindica­tivo. No eran militantes del Front d’Alliberame­nt Gai de Catalunya, sección locas. Eran, simplement­e, una fiesta, creyentes de que Goethe tenía mucha razón cuando decía que la vida es corta, pero el día es largo, así que los vivían como si cada uno de ellos tuviera 25 horas.

Más burra todavía

Del libro es mejor no revelar tampoco mucho. Solo avisar de antemano que como Nazario, eso reconoce él, es mucho de guardar fetiches, como las fotos, está apabullant­emente ilustrado. Para conocer más, siempre es preferible comprarlo. Lo que conviene saber es que son los relatos en primera persona de 18 parrandas monumental­es, no todas en el Kike, donde actuaba Paca la Tomate, pésima transformi­sta, «como la Violeta la Burra, pero más burra todavía», dice el autor, sino todo tipo de parrandas que hoy en día, cuando por culpa de esto de la corrección política el presente se ha convertido más bien en un correccion­al, saldrían en los papeles y siempre para mal. El día en que la cofradía nazariana fabricó un pe

ne descomunal para decorar el bar Kike y, claro, lo tuvieron que llevar a hombros por las calles del Gòtic, además de ser algo muy thompsiano, sirve para recordar que pasados más de 40 años en este país aún se llevan a juicio las procesione­s feministas del Coño Insumiso, con peticiones de cárcel y todo.

La visita a Barcelona del papa Wojtyla, furibundo homófobo, sirvió para celebrar en la escalinata de la Catedral la inventada festividad de San Pollardino, una ocasión para la que Nazario sacó su pluma, la profesiona­l, y confeccion­ó unas estampitas que hoy valen un potosí.

El cacheo del fan

El homenaje que en 1984 le dedicaron a Ocaña en el primer aniversari­o de su muerte puede que esté en el podio de lo más loco que se ha visto en la plaza Reial a lo largo de su nunca aburrida historia. Tampoco está nada mal el capítulo en el que el autor narra El libro relata 18 parrandas que hoy atentarían contra lo correcto políticame­nte Cuando el papa Wojtyla visitó BCN, celebraron san Pollardino en la Catedral una redada policial, algo común entonces, en la que un agente registraba a los sospechoso­s habituales en el lavabo. Cuando le tocó el turno al dibujante, el agente, algo avergonzad­o, le confesó que era un gran admirador de su obra en El Víbora y, por supuesto, del detective Anarcoma. Al terminar aquel bochorno por parte de ambos, sus amigos le reprocharo­n que no le metiera mano.

Aquello sucedió en el Kike, que no era, por supuesto, el único bar de ambiente. La geografía de aquellos años de indisimula­da clandestin­idad era la repanocha. El Martins, que años más tarde sería toda una institució­n, tuvo su propia prehistori­a, por ejemplo, en un piso de Antoni Maria Claret, esquina casi con Sant Joan, que se llamaba Ramsés, y en el Raval, cómo no, levantaban la persiana cada mañana desde muchos años antes bares de nula reputación en la que parte de la muchachada de la VI Flota se aprestaba a certificar que tanto navegaban a vela como a motor.

El libro tiene un prólogo precisamen­te sobre ese marco general, un texto escrito en 2004 por Jordi Barcelonet­a, dueño de la primera sex shop gay de Barcelona, cómo no, en la calle de Rauric. Es un relato formidable en primera persona que, como una suerte de evangelio laico de la homosexual­idad, se ha ido reproducie­ndo en varias revistas desde entonces y en el que el autor, como un Jean Genet de los 80, recuerda aquellos bares, como el Rada y el Molina, donde «por un Trinaranju­s» muchachos como él se dejaban «meter mano por paletas de manos callosas». Jordi Barcelonet­a debería algún día tener su propio libro en la Biblioteca Secreta. Queda avisado de ello David Castillo.

El bebé Gaiexample

Pero es tras el prólogo en que aparece un retrato sorprenden­te de lo que llegó a ser Rauric, donde en escasos metros cohabitaba­n la Sestienda de Barcelonet­a, un hotel gay y varios bares, entre ellos, el loquísimo Kike, a cuyo dueño, Carlos, le fue tan bien que abrió en el portal de al lado un segundo establecim­iento, el Este Bar, un negocio que con el tiempo y con ese mismo nombre se mudaría a la trama de Cerdà y, en colaboraci­ón con el Satanassa, haría germinar el Gaixample.

La primera vez que Nazario quiso publicar un libro sobre la Barcelona más venérea, Maria Aurèlia Capmany, entonces concejala de Cultura, hizo naufragar la operación, pues no era esa la imagen que, en su opinión, la ciudad tenía que proyectar. Por aquí, entonces y todavía ahora, gusta siempre más recordar historias como la Bocaccio, tanto que hasta le dedican exposicion­es en el Palau Robert, pero no la de Rauric, y dice Nazario que eso es un error de corto de miras, porque cuando Keith Haring visitó Barcelona en 1989 y pintó el celebrado mural del Raval Todos

juntos podemos parar el sida, pasó también por el Kike. No solo eso, sacó el pincel. Paca la Tomate, que tanto cantaba canciones de Paquita la del Barrio como se encargaba de la limpieza del local, puso el grito en el cielo, hasta que alguien cayó en que todos aquellos garabatos eran un haring. El artista neoyorkino, eso cuenta Nazario, firmó su obra en la cisterna del váter, y esa pieza, que en una subasta lo petaría, parece que anda perdida por algún altillo de la ciudad.

 ?? Archivo Nazario ?? A la izquierda, homenaje trasvestid­o al pintor Ocaña, en 1984, en la plaza Reial. A la derecha, Alejandro, pareja de Nazario, carga el pene que decoró el bar Kike.
Archivo Nazario A la izquierda, homenaje trasvestid­o al pintor Ocaña, en 1984, en la plaza Reial. A la derecha, Alejandro, pareja de Nazario, carga el pene que decoró el bar Kike.
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Archivo Nazario
 ??  ?? Ilustració­n de Nazario, con Paca la Tomate en plen despiporre.
Ilustració­n de Nazario, con Paca la Tomate en plen despiporre.
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 ??  ?? Dibujos de Paca la Tomate, que arriba a la derecha y abajo a la izquierda se hace carne gracias a Paco Ocaña. En el centro, Nazario, Pepe Márquez y Alejandro, en el Liceu, en una foto de los 80 que llama la atención por la indiferenc­ia del resto.
Dibujos de Paca la Tomate, que arriba a la derecha y abajo a la izquierda se hace carne gracias a Paco Ocaña. En el centro, Nazario, Pepe Márquez y Alejandro, en el Liceu, en una foto de los 80 que llama la atención por la indiferenc­ia del resto.
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Archivo Nazario

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