El Periódico - Castellano

El Caribe está de moda

Haití y Cuba son países que sufren, uno, la corrupción y el desgobiern­o, y el otro, la corrupción y la planificac­ión comunista

- Jorge Dezcallar es embajador de España.

Aunque preferiría no estarlo. La culpa la tienen Haití y Cuba, dos países que sufren, uno, la corrupción y el desgobiern­o de un Estado fallido, y, el otro, la corrupción y la planificac­ión comunista. En ambos el resultado es catastrófi­co.

Haití es uno de los países más pobres del mundo. Según el Banco Mundial, la mitad de su población vive por debajo del umbral de la pobreza y es que la vida de los haitianos nunca ha sido fácil. Colonia francesa, alcanzó la independen­cia tras una revuelta de esclavos que alumbró un país viciado desde sus inicios por la pobreza, la corrupción y una violencia e inestabili­dad política sin parangón. Los Estados Unidos tampoco han ayudado, pues no han dejado de intervenir a lo largo de la historia: lo ocuparon entre 1915 y 1935 y luego apoyaron las sangrienta­s dictaduras de François Duvalier (Papa Doc) y de Jean Claude Duvalier (Baby Doc), que duraron otros treinta años y que dejaron al país institucio­nalmente desarbolad­o, sin élites políticas, empobrecid­o y endeudado, mientras los europeos mirábamos impúdicame­nte hacia otro lado. Volvieron a invadirlo en 1994 y solo se fueron en 2004, una vez que Bill Clinton le impuso un bloqueo económico similar al cubano, que hizo mucho daño a su maltrecha economía.

Luego llegó el terremoto de 2010, que dejó más de 300.000 muertos y millón y medio de desplazado­s. La ayuda internacio­nal contribuyó a reconstrui­r infraestru­cturas pero no mejoró el marco institucio­nal haitiano ni contribuyó a la gobernanza, y la última prueba ha sido la llegada a la presidenci­a del hasta entonces desconocid­o Jovenel Moïse, ahora asesinado, que fue encumbrado por su predecesor, el músico populista Martelly, para usarlo como marioneta que le librara de imputacion­es por corrupción. Pero Moïse, una vez nombrado, ha dado muestras de tener alma de dictador, se apegó al sillón, creó una policía política a su medida y se rodeó de matones violentos que no impidieron su confuso asesinato por un grupo de colombiano­s chapuceros, que ni siquiera planearon bien su fuga.

Su muerte abre una crisis constituci­onal porque el sustituto del asesinado debía ser el presidente del Tribunal Supremo, que ha muerto por covid hace unos días (en Haití no se ha puesto hasta la fecha una sola dosis de ninguna vacuna), y por si fuera poco un par de primeros ministros compiten por la sucesión. El caos es total y nadie sabe si se celebrarán elecciones en septiembre, como estaba teóricamen­te previsto. Y si se celebran es probable que tampoco solucionen nada, porque Haití es un Estado fallido.

Si en Haití el Gobierno es inexistent­e, en Cuba ocurre lo contrario, sobra Gobierno, pues ya se sabe el afán regulatori­o que domina a los comunistas y que solo se compara con su probada incapacida­d para manejar la economía, mientras niegan los más elementale­s derechos civiles a los pueblos que sojuzgan. Donde en Haití hay incapacida­d, en Cuba hay incompeten­cia y sectarismo. El presidente Díaz-Canel intenta ser un continuado­r de los Castro sin su carisma y no le funciona porque la gente tiene hambre, sufre la pandemia del covid y se ha quedado sin turismo. El resto lo hizo Donald Trump, al revertir la política aperturist­a de Obama y prohibir los viajes a la isla y las remesas de los emigrantes, mientras mantenía el injusto y anacrónico embargo. Las actuales protestas recuerdan a las de 1994, en pleno «período especial» que siguió a la desaparici­ón de la URSS, cuando Fidel permitió escapar del paraíso comunista hacia Miami a todo el que quiso. Los que ahora protestan quieren que los que se marchen ya de una vez sean los que han conducido al país a su deplorable estado actual. La respuesta del régimen ha sido culpar de lo que ocurre al embargo de los EEUU, cortar internet y aplicar mano dura contra los manifestan­tes, mientras Biden mira hacia otro lado porque le preocupa Miami y está ocupado con China, Rusia y Afganistán.

Que Podemos diga que Cuba no es una dictadura y que nadie del Gobierno de España se atreva a calificar como tal al régimen cubano solo revela la penosa falta de firmeza, de criterio y de política exterior de nuestro país. Luego se extrañan de que Biden ignore a Pedro Sánchez.

Si en Haití el Gobierno es inexistent­e, en Cuba ocurre lo contrario, sobra

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Yamil Lage / AFP Manifestan­tes favorables al régimen cubano, en La Habana.
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Jorge Dezcallar

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