Hay estilos de vida más sencillos
Supero los 60 años de edad, pasé los primeros 12 años de mi vida en un pueblo madrileño, mi familia se autoabastecía: un par de cabras en un hatajo comunal, las gallinas y el cochino en el corral, los productos de una huerta arrendada y algunos jornales al año surtían nuestras necesidades. La primera estufa de fundición, para sustituir a la lumbre baja, entró en mi casa en 1965; el agua corriente y el gas butano no llegaron hasta cuatro años después. Nunca me sentí especialmente desgraciado y sí muy semejante al resto de nuestros convecinos.
Ahora, no pongo el aire acondicionado, leo en la biblioteca pública, me desplazo en bicicleta, mi ropa dura varias temporadas, mis comidas son frugales, no fumo, ni bebo alcohol, no tengo redes sociales, pero sí una televisión de tamaño regular y vídeo porque me encanta el cine, una minicadena para oír música, apenas viajo fuera de mi ciudad, mi sueldo es el base, me niego a echar horas extras. Hago todo lo posible por reducir mi consumo, es la única medida efectiva para no agredir al entorno natural. Mis compañeros y familiares dicen que soy un bicho raro y aburrido, que carece de ambiciones y que no sabe disfrutar de la vida. Estoy empezando a dudar de mi propia conducta, tan contraria a los usos sociales que me rodean; por eso nunca me atreví a recomendarle este estilo de vida a nadie, no quería parecer soberbio; pero tantas amenazas y miedos intangibles sobre lo que es o deja de ser la nueva crisis económica global me obliga a sacar lo peor que hay en mí, y reclamar un lugar bajo el sol para los otros estilos de vida, como el mío, más sencillos y cada vez más necesarios.
ncon Janssen. El Gobierno reservaba la vacuna monodosis para la juventud. Si se la administraban, al día siguiente recibían el certificado covid. Los jóvenes podían entrar en la discoteca al día siguiente, sin respetar las dos semanas de margen para que la vacuna funcionara y sin distancia de seguridad. Y los contagios diarios han pasado de 500 a 9.300. Los gobiernos buscan estrategias para extender la vacunación a todos los rincones de la sociedad.
Pero no todo es lícito. Como no debería serlo no aceptar los errores cometidos. Gestionar situaciones de crisis en general, y pandemias en concreto, no es tarea fácil. Pero reconocer las equivocaciones, lejos de ser un signo de debilidad, fortalece y da solidez a quien es capaz de hacer públicamente lo que todos agradecemos en privado: que nos pidan perdón cuando se han equivocado. No es fácil. Hay que ser humilde y fuerte al mismo tiempo para ser capaz de hacerlo. La humildad se relaciona con la aceptación de nuestras propias limitaciones. Reconocer los errores y hacerlo público es un gesto mayúsculo. De ahí que no sea muy frecuente. Pero cuando se hace, reconcilia con la vida. Al que lo hace y al que lo recibe.
No tengan miedo, señores gestores: pidan perdón y quizá así la ciudadanía recuperará un poco la confianza perdida. Y perdón a los que se hayan sentido ofendidos.
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