El Periódico - Castellano

La otra historia de Torre Llobeta

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Fina iba vestida de gala, no se le casa a una un hijo todos los días; pero allí estaba, peleando. La Torre Llobeta se tenía que defender. También estaba su hijo, de hecho, quien no pudo llegar a su propia boda. Una boda que no llegó a celebrarse (no aquel día, sí después, la historia acabó bien), porque el novio salió de la peleada masía que da nombre a la barriada esposado, igual que el resto de vecinos que la ocupaba y que la había cuidado y rehabilita­do con sus manos para no dejarla caer. Fina había hecho incluso cortinas para las ventanas. Ese episodio -los vecinos eran desalojado­s por un grupo especial de antidistur­bios de la Guardia Urbana el 16 de marzo de 1983 en una acción muy discutida ya en aquel entonces por su contundenc­ia- ha sido el elegido por el Arxiu Històric Roquetes-Nou Barris para destacar en la placa de La Torre Llobeta, en el marco de la acción Recuperem la memòria, colocada la mañana del pasado viernes por un grupo de activistas de la historia popular del distrito, que se pasearon por los lugares más emblemátic­os de las barriadas de Vilapicina i La Torre Llobeta armados con un bote de cola y un pincel.

En ese edificio, que pese a llevar décadas -desde muy poco después del sonado desalojo- siendo un centro cívico municipal no fue adquirido por el ayuntamien­to hasta el año pasado -algo que descubrió el presidente del Arxiu leyendo el boletín municipal- se creó la asociación de vecinos (se formalizó, de hecho, para defender el espacio). Allí estuvieron 20 años -de 1963 a 1983-, como se recuerda en una placa en el interior del centro cívico; en la única masía en pie en esta barriada, en su día donde había más masías de todo el distrito de Nou Barris, como recuerda Jordi Sánchez, presidente del Arxiu. Històric.

Recuerda la pionera ocupación

HORTAGUINA­RDÓ

SANT ANDREU (y desalojo policial) de la Torre Llobeta, Joaquin Forns, presidente de la asociación del vecinos Torre Llobeta-Vilapicina, uno de los cuatro miembros del Comando por la memoria. Cada una de las placas -han colocado cinco- son baldosas cuadradas, pequeñas, con una pequeña fotografía y un pequeño texto. Ya han hecho varios barrios y de momento todas las placas siguen en su lugar.

La casa señorial de Torre Llobeta fue construida en el siglo XV y, años más tarde, convertida en masía. Cuenta con unos grandes ventanales góticos decorados.

Protección a medida

Otra de las placas en el barrio que a este particular comando le hace más ilusión colocar es la de Can Sabastida. Es también la que más les cuesta decidir dónde pegarla exactament­e. Por un lado, porque Can Sabastida ya no existe y, por el otro, porque en su lugar hay bloques de pisos privados y tampoco quieren tener problemas

En el Arxiu tienen la intención de, cuando terminen de señalizar los 13 barrios del distrito -aún tienen trabajo-, inventar un juego para que los vecinos salgan a la calle a hacer la ruta por los distintos barrios y a encontrar las señalizaci­ones -unas cinco por barrio- y, sobre todo, a conocer las historias que hay detrás de cada una de ellas. Lo comentan en el paseo entre placa y placa -paseo que termina en Cotxeres, donde recuerdan que aquello es hoy un equipamien­to público gracias ala tenaz lucha vecinal. También comentan, contentos, que finalmente la presión vecinal ha logrado ganar la batalla en la masía de Can Valent, en la vecina Porta. La propuesta de reformar la abandonada masía abandonada por la administra­ción, no por los vecinos- ha sido uno de los proyectos ganadores de los presupuest­os participat­ivos y parece que, al fin, su batallada reforma será una realidad.

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