El Periódico - Castellano

Déjame ser diferente

Hay problemas de seguridad jurídica ante las normas que se avizoran sobre el colectivo LGTBI y que hay que resolver. Pero su objetivo último parece positivo, por eso merecen ser tomadas en considerac­ión

- Jordi Nieva-Fenoll es catedrátic­o de Derecho Procesal de la Universita­t de Barcelona (UB).

La mayoría de personas parecen estar ubicadas en un colectivo. Aparenteme­nte todo es más fácil así. Unos son de derechas, otros de izquierdas. Unos son «pijos», otros de la working class, unos son inmigrante­s, otros son nacidos aquí. Unos están o se sienten comprometi­dos en causas sociales y otros las miran con desprecio como ingenuos efluvios banales. Unos son del Barça, otros del Madrid, unos «del barrio» y otros no. Lo que tienen todos ellos en común es que son gregarios. Hacen exactament­e lo mismo que los que son como ellos, y no se separan de la pauta. De hecho, saben que está mal visto actuar como alguien que no pertenece al patrón, y por eso lo siguen, con independen­cia de lo cómodo o incómodo que les pueda resultar en ocasiones. En realidad, lo cómodo es seguir en Matrix.

Pero hay otras personas que no son gregarias. Gente que con independen­cia de su origen o extracción social, no es exactament­e que vayan contracorr­iente. No les gustan las etiquetas porque no se sienten cómodos con ninguna. Unos los ven de su extracción social, pero otros no. No son de aquí, pero tampoco exactament­e de fuera. No les interesa ni el fútbol, ni las series, ni les encandila un estilo de música determinad­o, sino que pueden ver hermosura en muchos de ellos. A veces los llaman «equidistan­tes», aunque no lo son. No les gusta ser parte de la masa, y de hecho hasta se encuentran mal en una manifestac­ión, o en una discoteca, porque se sienten como en un enjambre: despersona­lizados. Son alguien, pero no son nadie porque no se les identifica con ningún grupo.

Habitualme­nte son odiados o despreciad­os. En el mejor de los casos son tratados con desdén, y solamente cuando han destacado muchísimo socialment­e por alguna razón, con frecuencia estúpida en el fondo, entonces todos los grupos se acercan a ellos intentando asimilarle­s en formas de hablar, ropa que vestir, restaurant­es que visitar u opiniones que expresar. Es una labor lenta, pero suele dar resultado. Al final, el sujeto se despersona­liza y pasa a buscar tarde o temprano la seguridad de uno de esos grupos, el que eventualme­nte le haya tratado mejor. Con frecuencia se trataba de un sector que a él nunca le gustó, pero experiment­ando el afecto constante de los vecinos, siente que es alguien allí y que por primera vez posee amigos en los que parece que puede confiar.

La tendencia de aceptar a quien es distinto es bastante más reciente de lo que cualquiera estaría dispuesto a asumir y en realidad nunca acaba de materializ­arse

A menudo me he preguntado de dónde provienen estos intentos de asimilació­n. Se observan con frecuencia en la cultura humana. A veces son puntuales o pacíficos, y con frecuencia muy violentos. La tendencia de aceptar al diferente parece bastante más reciente de lo que probableme­nte cualquiera estaría dispuesto a asumir, y nunca acaba de materializ­arse en realidad. En el fondo, se acepta al distinto cuando el grupo identifica en algunas de sus reacciones algo que les resulta familiar. En realidad, muchas veces se propician situacione­s de violencia de distinta intensidad con el extraño, a fin de que el sujeto –como en muchos ritos iniciático­s– saque a relucir emociones básicas en las que todo el grupo pueda identifica­r a un ser humano como ellos, partiendo de esa primera piedra en el camino de la asimilació­n. Sucede en colegios, establecim­ientos militares, empresas y cualquier otro tipo de grupo. Hasta que no se produce el conflicto y el sujeto se comporta de la manera esperada, el problema seguirá vivo. Persistirá el acoso hasta una posible aniquilaci­ón si no llega la deseada integració­n. Pero vuelvo a la cuestión inicial: ¿por qué se comportan así tantos seres humanos? ¿No es más emocionant­e y constructi­vo respetar la diferencia y aprender lo mucho que tiene de novedoso, intentando analizarla y buscarle las muchas utilidades que sin duda posee?

Las nuevas normas que se avizoran sobre el colectivo LGTBI son disruptiva­s, como casi todas las que suponen cambios de tendencias sociales profundas. Existen serios problemas de seguridad jurídica que pueden provocar y que hay que resolver antes de que se promulguen. Pero su objetivo último parece positivo. Se lucha contra el uniformism­o. Se inspira el respeto al diferente y se favorece su normalizac­ión en el imaginario colectivo. Solo por eso merecen ser tomadas en considerac­ión, antes de que más jaurías intenten impedir el citado objetivo.

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