Es el mejor y el peor de los tiempos
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Las semanas de la segunda dosis de la vacuna y de la quinta ola.
Sobre todo de la desesperación. Y de la confusión. Más que nunca, las calles se parecen a esos días en que se da el cambio de estación y temperatura, cuando algunos niños aún van con anorak y los turistas lucen camisas hawaianas, los abuelos se aferran a la empuñadura de sus paraguas mientras otros ya compran sombrillas de playa, padres con abrigo de paño y adolescentes en pantalón de NBA. Del mismo modo, ahora han vuelto los morreos y las pipas compartidas en portales, los brindis multitudinarios en terrazas, las fiestas privadas en bares, mientras mucha gente aún teme salir a la calle, se pone doble mascarilla en el autobús, no ve aún a ningún secundario de su vida (apenas a su burbuja de cercanos).
En medio de estas dos realidades, que se superponen en espacio y tiempo, están las criaturas híbridas. Esto es, los que siguen llevando mascarilla por la calle, pero se la ponen por debajo de la nariz. Habrá quien se excuse diciendo que es para no olvidársela en casa. Pero la realidad es otra. La mascarilla mal puesta, casi un amuleto en estos días inciertos, es el recordatorio de lo que acaba de pasar y que no ha pasado aún. Es el miedo irracional. Es el no cargar con la culpa. Es el «es el mejor y el peor de los tiempos». Es la viva imagen, la perfecta metáfora, de esa esquizofrenia que combina grandes festivales de música y restricciones horarias, relato alarmante en las noticias y turistas tan panchos en las plazas, planes de viaje y CAP embotados, confianza en la vacuna pero agenda llena de gente cercana confinada.
Decía Arthur C. Clarke que «cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». Bien, cualquier gestión de la crisis lo suficientemente errática también. Y de ahí la mascarilla mal puesta como amuleto o escudo.
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