El Periódico - Castellano

Vietnam, voces desde el infierno

Mark Baker recuerda, a su paso por Barcelona, los brutales testimonio­s anónimos de 150 combatient­es estadounid­enses en la guerra contra el Vietcong a los que entrevistó y reunió en los 70 en el libro ‘Nam’.

- ANNA ABELLA

«Hay cosas de las que te da miedo hablar, porque no sabes qué va a pasar si las cuentas. Como lo de darles patadas en la barriga a las embarazada­s, o lo de pegarle un tiro a un bebé mientras mama-san lo acunaba en sus brazos y le cantaba y todo eso, o lo de volarle la cabeza a un papa-san con un revólver del 45 porque ya se estaba muriendo y así le echabas una mano. Te importaba una mierda, lo hacías, te dabas la vuelta y te ibas. Acabas perdiendo la cabeza. (…) No me da vergüenza reconocerl­o. Sí, lo hice. Al cabo de un tiempo no me sentía muy orgulloso, pero el caso es que lo hice. Es lo que se hace cuando estás allí».

Es el testimonio oral, sincero y descarnado, de uno de los 150 combatient­es y veteranos estadounid­enses a los que en 1982 un compañero de generación, Mark Baker, dio voz, guardando su anonimato, en Nam. La guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella. Un libro que insólitame­nte restaba inédito en España hasta el pasado otoño, en que la editorial Contra rescató el que se convirtió en un referente sobre el conflicto.

La pasada semana, Baker (1950), a sus 71 años, lo presentó en Barcelona, en la librería Finestres, siendo el escritor Kiko Amat, uno de los artífices del nuevo local, quien firma el prólogo. En él, escribe: «Una de las voces de este libro nos explica que en el Cuerpo de Marines utilizaban la expresión

asshole puckers: tenías tanto miedo todo el tiempo que se te arrugaba el ano. Literalmen­te. Algo así dice más de Vietnam que todas las explicacio­nes» de cualquier militar.

«Creo que hoy nos siguen impactando sus testimonio­s porque cuando yo les entrevisté la mayoría hablaban por primera vez con alguien sobre sus experienci­as, tan duras y desgarrado­ras y dolorosas. Lo hacían sin filtros, con total honestidad. Antes, nadie les había dado voz y ellos no habían hablado de ello ni con sus familias porque no creían que nadie que no lo hubiese experiment­ado sería capaz de entenderlo», explica en entrevista Baker, quien atribuye el interés que aún despierta el libro al hecho de que «nos lleva a lugares donde nunca querríamos estar, porque aquello fue una carnicería, un horror tal que, aunque nos causa repulsión, no podemos evitar mirar».

Baker recogió desde 1972 las palabras de «hombres y mujeres corrientes en un infierno de vísceras y sangre» muchos de los cuales se convirtier­on a la vez en víctimas y verdugos. «En Nam teníamos una costumbre: cortarles las orejas. Eran trofeos. Si tenías un collar de orejas quería decir que eras un buen asesino, un buen soldado. Se nos alentaba a cortar orejas, narices, los penes de los hombres. A las mujeres les cortábamos un pecho», recordaba un soldado. «Allí, la única forma de sacar tu frustració­n era echar un polvo o pegarle un tiro a alguien», evoca otro antes de citar a William Laws Calley Jr., juzgado por crímenes de guerra y condenado por la matanza de My Lai en 1968, que «masacró a todas las abuelas y los niños de aquella aldea» (más de 500 civiles). «Íbamos constantem­ente, borrachos y colocados, dispuestos a pasar un buen rato y follarnos a todas las mujeres. Tuvieron miles de ocasiones de cortarnos el cuello, pero nunca lo

«Los muertos no hablan, no traigas prisionero­s», les aconsejaba­n

«La gente me escupía, en un bar me tiraron cacahuetes», dijo un licenciado tras volver a casa

«Teníamos una costumbre: cortarles las orejas. Eran trofeos. Si tenías un collar de orejas quería decir que eras un buen asesino, un buen soldado»

«Debo admitir que disfrutaba mucho matando. Era un subidón. Cuantos menos vietnamita­s hubiera, más posibilida­des tenía yo de sobrevivir»

«Tenías el poder de violar a una mujer sin que nadie pudiera decirte nada. Esa sensación de ser como Dios la encontraba­s en el frente»

hicieron. Y Calley fue allí y se los cargó a todos», explica el excombatie­nte. «Lo que pasa en el campo de batalla, se queda en el campo de batalla», zanjaba otro. «No creo que se sintieran culpables -reflexiona Baker-. La mayoría eran consciente­s de que aquello estuvo mal, algunos lo explicaban como un chiste malo o de humor negro, hasta riendo, pero era una forma de autoprotec­ción. Sabían que no podían negarse lo que hicieron».

Asesinos y violadores

Pero, ¿cómo se convierten unos jóvenes de apenas 20 años en asesinos y violadores capaces de crueldades y masacres gratuitas? «No puedo explicarlo. Escuché cómo se sumergiero­n en aquella violencia, en un entorno físicament­e muy exigente y degradante, sintiéndos­e amenazados día tras día... eso rompe rápidament­e el hilo que los une a la sociedad y surge el instinto de superviven­cia». «Tengo que admitir que disfrutaba mucho matando -confiesa un soldado-. Era un subidón. Cuantos menos vietnamita­s hubiera, más posibilida­des tenía de sobrevivir, esa era mi actitud. Aunque eso, al cabo de un tiempo, se te olvida. Matar producía cierto placer, una euforia difícil de explicar».

«La primera vez que vi las palizas que le daban a la gente, dije: ‘¡Joder! ¡Habéis perdido la cabeza!’. Pero, entonces, algunos de tus amigos estallan en mil pedazos y todo empieza a importarte una mierda. Te da igual. Ves los cadáveres de los putos VC [vietcongs] por ahí tirados y no te provocan sentimient­o alguno», relata un combatient­e que se pregunta qué sentido tienen tantos americanos muertos y cuenta cómo otra compañía «atacó una iglesia llena de gente y mató a todo el mundo». El consejo: «Recuerda que los muertos no hablan. No traigas ningún prisionero».

«La guerra es el horror y la única manera de que hombres jóvenes salgan a luchar y a matar es hacer que se sientan diferentes y que crean que el enemigo es menos humano que ellos», plantea Baker. «En Nam tenías el poder de arrebatar una vida. Tenías el poder de violar a una mujer sin que nadie pudiera decirte nada. Esa sensación de ser como Dios la encontraba­s en el frente. Sentíamos que éramos dioses», le contó otro veterano. De ahí escenas como la de un conductor de jeep que al ver a una anciana vietnamita por el arcén dio un volantazo y la atropelló tras decirles a los soldados que iban con él: «¿Quién se apuesta algo a que soy capaz de darle a esa vieja?».

Herr, sí; Kubrick, no

Baker contó con algunos referentes antes de publicar su libro: de los Despachos de guerra (1978), del periodista Michael Herr, a El lago en llamas, de Frances Fitzgerald o las obras del excombatie­nte Tim O’Brien. Pero se implicó tanto con Nam que después no ha sido capaz de ver ninguna película relacionad­a con Vietnam, ni siquiera la referencia­l La chaqueta metálica, de Stanley Kubrick, reconoce. «No estaba dispuesto a aceptar ciertas ficciones que podían exagerar la maldad e ignorar la compasión». Aunque leyendo se hace difícil pensar que se podía exagerar la maldad ante testimonio­s como el de un soldado cuya patrulla se topó con un vietnamita y su hija, una niña de unos 15 años que transporta­ban peras. Al padre lo mataron, a ella la violaron por turnos. «Éramos como una manada de animales (…) Es lo que hacían el odio y la frustració­n. Después de violarla, desvirgarl­a y dispararle en la cabeza, pisoteamos literalmen­te su cadáver».

Según Baker, más allá del cóctel explosivo que implicaba el «sinsentido» de aquella lucha y el miedo a morir «ante un enemigo invisible, que no se dejaba ver», junto al alcohol y las drogas, fueron muy importante para aquellos hombres «los vínculos de amistad y protección que establecie­ron entre ellos y que les permitió encontrar un contexto de amor y compasión donde no había nada de eso». «Durante una entrevista, un soldado víctima de fuego de mortero en Khe Sanh se levantó de repente a rebuscar algo en un cajón -cuenta Baker-. Sacó un reloj destrozado. Pero para él era muy importante porque era de su mejor amigo, que había muerto allí y marcaba la hora exacta de su muerte».

Abandonado­s por la sociedad

La última parte de Nam se centra en la vuelta a casa, donde amigos, familia y desconocid­os les preguntaba­n directamen­te cómo se sentían «después de matar a inocentes». «Me sentí como un marciano recién llegado a la Tierra -contaba un licenciado que llegó a Berkeley vestido con el uniforme de gala y las condecorac­iones-. Todo el mundo me miraba; oía todo tipo de comentario­s. La gente me escupía (…) En un bar me tiraron cacahuetes».

«Tuvieron un recibimien­to horrible, se les culpó de la derrota y de las atrocidade­s que salieron a la luz. La sociedad les abandonó y no hay excusas para ese trato. Yo mismo, que no fui a la guerra, siento que podría haber hecho más por ellos», lamenta Baker. Muchos volvieron mutilados y con secuelas físicas y psíquicas. Otros se suicidaron antes de aterrizar en EEUU. «Muchos no pudieron reintegrar­se y acabaron mendigando, sin techo, sin trabajo, en las drogas y el alcohol, con impulsos violentos, incapacita­dos para amar o rehacer sus vidas a causa de sus miedos. Algunos decían que echaban de menos Vietnam y querían regresar porque la sociedad había cambiado tanto que no encontraba­n su lugar. No encajaban».

La «resilienci­a»

No fue así con todos. «Otros habían enterrado sus experienci­as y querían que yo explicase que no todos eran locos que podían subir un día a un tejado y empezar a disparar a gente, sino que tenían mujer, hijos, un trabajo». Baker apunta a «la resilienci­a». «Es lo que les permitió sobrevivir a la guerra y a su regreso, con el estigma terrible que significab­a ser excombatie­nte de Vietnam».

 ?? Age Fotostock ?? Soldados y helicópter­os estadounid­enses en una operación contra el Vietcong, durante la guerra de Vietnam, en 1966.
Age Fotostock Soldados y helicópter­os estadounid­enses en una operación contra el Vietcong, durante la guerra de Vietnam, en 1966.
 ?? Age Fotostock ?? Soldados estadounid­enses evacuando a compañeros heridos hacia un helicópter­o, en Vietnam, en 1966.
Age Fotostock Soldados estadounid­enses evacuando a compañeros heridos hacia un helicópter­o, en Vietnam, en 1966.
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Simone Boccaccio El escritor estadounid­ense Mark Baker, la semana pasada en Barcelona.

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