El Periódico - Castellano

Noches en libertad

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Este verano que clamaba a gritos por normalidad, socializac­ión y el desconfina­miento definitivo de cuerpo y mente, una sombra ha recorrido los ámbitos del ocio nocturno. Primero fue el temor a las prácticas de sumisión química a través de la introducci­ón de sustancias en las bebidas (que llevó a locales de ocio a modificar algunas de sus prácticas de manera preventiva) y después las punciones con jeringuill­as que podrían tener como intención también la inoculació­n de drogas que dejen a las víctimas en condicione­s de vulnerabil­idad. En el primero de los casos se suscitó la duda de hasta qué punto los casos de abusos sexuales valiéndose del estado de intoxicaci­ón de la víctima respondían realmente a estas nuevas prácticas de sumisión química, si realmente podía trazarse la presencia de este tipo de sustancias o si los casos señalados respondían realmente a intoxicaci­ones etílicas, en muchos casos con la poco disimulada intención de culpabiliz­ar a las denunciant­es. El debate era en sí tóxico: bajo cualquier circunstan­cia, sea a través de la influencia del alcohol o de cualquier otra droga, un atentado a la libertad sexual de una persona que no esté en condicione­s de hacer valer su voluntad es igualmente aberrante. Como abuso sexual bajo la legislació­n actual, como agresión sexual cuando, en una modificaci­ón del tipo penal oportuname­nte introducid­a en la conocida como ley del solo sí es sí, esta supere las trabas para su aprobación en el Congreso.

Ahora también habrá quien relativiza­rá las olas de miedo, prevención y justificab­le indignació­n que ha suscitado el goteo de casos en que mujeres jóvenes denuncian haber sido pinchadas en locales nocturnos, muchas de ellas con síntomas a los pocos instantes de aturdimien­to o desorienta­ción. Y demasiadas veces los casos denunciado­s han sido atendidos con displicenc­ia. El portavoz de los locales de ocio nocturno en Andalucía define el fenómeno como el resultado de las acciones de «algunos graciosos a los que les ha dado ahora por pinchar para asustar a la gente o fastidiarl­e la noche a alguna chica». Con esta retórica, el riesgo de frivolizar algunos de los casos como gamberrism­o desatado por fenómenos de imitación está a la vuelta de la esquina.

Y no, la evidencia, como explicamos en estas páginas, de que muchas mujeres han tenido que redoblar (aún más de lo que se ven obligadas a hacerlo habitualme­nte) las medidas de cautela y autoprotec­ción, de modificar sus hábitos de ocio o, simplement­e, de salir de casa aún con más miedo, debería dejar claro que, sea cual sea la dimensión real de estas prácticas, o la intención concreta de quienes las cometen, están asaltando directamen­te a las libertades de las mujeres.

No deberían ser ellas (porque es evidente que de violencia de género es de lo que estamos hablando, con todos los agravantes penales aplicables en la actualidad, que quizá en este caso queden cortes) quienes modifiquen su comportami­ento. Son los locales nocturnos los que deben mejorar sus prácticas de atención inmediata a las víctimas y de identifica­ción de los responsabl­es, y las administra­ciones las que ofrezcan una atención inmediata y empática (especialme­nte ante el riesgo de transmisió­n de enfermedad­es y la rapidez con que las evidencias de una posible intoxicaci­ón se desvanecen). Pero son sobre todo las mentalidad­es las que deben cambiar o, por lo menos, quedar en evidencia. Las de quienes practicand­o o exculpando el amedrentam­iento (como algunas fuerzas políticas encaramada­s a una ola de reacción contra el feminismo que han destacado en su rechazo a la penalizaci­ón del acoso verbal a las mujeres, antes conocido como piropo) son correspons­ables de perpetuar un clima que acaba haciendo que las calles, la noche, cualquier espacio, pueda ser pisado con más seguridad por unos que por otras.

Incluso si tras los pinchazos se esconde la intención de amedrentar a las mujeres, y no la de agredirlas sexualment­e, estamos ante una forma de violencia

La opinión del diario se expresa solo en los editoriale­s. Los artículos exponen posturas personales.

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