El Periódico - Castellano

BARRACA Y TANGANA Si ganan

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No hay frase más difícil de escribir que la primera de cada temporada. A partir de aquí ya se deslizan las tonterías en cascada, pero la primera genera siempre un pequeño tormento: la vas rumiando sin querer durante las vacaciones de verano, ese supuesto tiempo de asueto, la cambias mil veces en tu cabeza y nunca quedas del todo contento. Es imposible huir del cliché de la vuelta al colegio, del aroma a la redacción del primer día de curso, contando lo que hiciste el último verano.

Odio la primera columna de cada temporada casi tanto como el primer día de trabajo. No sabes bien si debes saludar de un modo especial o enganchart­e a la rutina rápido, y actuar como si nada. Odio la primera columna de la temporada porque sin querer aspiro a convertirl­a en algo especial, y eso suele salir mal hagas lo que hagas. Las mejores columnas de cada año han surgido siempre cuando menos lo he sospechado, como las mejores noches de fiesta, que nunca son en Nochevieja o en un cumpleaños, sino en un día tonto que no ibas a salir y que de repente se desparrama, o como los mejores partidos en la grada, que casi nunca son el día grande del calendario, sino un partido cualquiera en noviembre, imposible de prever. Es ahí casi siempre cuando surge de veras la magia.

Todos hablan del Barça

Pero la primera columna y la pereza que genera son peajes ineludible­s para llegar a esos momentos. Para qué preocupart­e por cambiarlo si no puedes hacer nada. Ahora mismo, este verano, todo el mundo habla del equipo que está construyen­do el Barcelona: es decir, mi cerebro hace todo lo posible para que yo no escriba del equipo que está construyen­do el Barcelona,

porque tengo esa tara muy arraigada.

Mi amigo Fernando me comentó el otro día que un viejo político, ya retirado, le dijo que algunos de los problemas de una ciudad solo se podrían resolver con unos gobernante­s dispuestos a perder las siguientes elecciones y eso, por lo que sea, es algo que no se suele encontrar. Quizá para arreglar de una manera definitiva los problemas económicos del Barcelona se necesitarí­a una junta directiva dispuesta a perder las siguientes elecciones, pero eso tampoco parece que vaya a pasar. El fútbol permite esas jugadas: la apuesta por el corto plazo está bien vista porque conlleva ilusión a toneladas, la ilusión es el principal motor del hincha

–que por encima de cualquier otra cosa anhela resultados–, y en el fútbol los hinchas somos niños malcriados. ¿Y quién quiere tratar a un niño como si fuera adulto? ¿Quién osa quitarle la ilusión a un niño? Nadie quiere ser tan malvado. El presidente Laporta no, desde luego. Y yo tampoco, eso está claro.

El Barcelona es un club grande y como tal afronta los peligros financiero­s instalado en una certeza mental: al final nunca pasa nada. Lo que ocurre en realidad es que ese final nunca llega, porque tiene la capacidad de alargar el final, de ir despejándo­lo a patadas. También es como la política: el problema a menudo no se resuelve, simplement­e se aplaza. Mientras tanto la inercia vital continúa y vamos tirando. Lo que ahora importa a mis amigos culés es bajar a la piscina y comentar: Tenim un equipasso.

No lo critico, que conste, solo lo constato. Si ganan, nadie se acordará de esto en la última columna de la temporada. Si ganan.

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Enrique Ballester

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