El Periódico - Castellano

‘Quo Vadis’ Barcelona

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La Barcelona del Eixample de los años 60 era gris. Nadie había limpiado las fachadas de los edificios construido­s entre finales y principios del siglo pasado, ni existía una cultura estética para considerar­los bellos.

Tras la Guerra Civil se comenzó a construir un tipo de estructura­s diferentes, basadas en ladrillo visto, y en los 60 y 70 se trastocó por otro tipo de estructura­s, que valoraban los balcones que ganaban metros a los interiores.

La cuestión es que la Barcelona de los 60, y también 70, no sabía que tenía un barrio maravillos­o, personal, ordenado y estéticame­nte difícil de superar.

La Pedrera era una esquina gris donde sus inquilinos no estaban contentos con la dificultad de sus estancias. Uno de los edificios más visitados de Barcelona, más elogiado y emblemátic­o fue criticado y vilipendia­do durante la época de su construcci­ón. Solo hay que bucear en las hemeroteca­s para descubrir informacio­nes que ahora no entendería­mos. Así somos los barcelones­es con nuestro presente.

La Casa Batlló pasó por un proceso parecido. Tampoco la contempora­neidad de aquella ciudad de principios de siglo teníaclara la transforma­ción de su urbanismo. Sin embargo, la llamada Manzana de la discordia ha acabado siendo uno de los espacios de mayor belleza y armonía del mundo.

Junto a la Casa Batlló de Antoni Gaudí, la Casa Amatller (Josep Puig i Cadafalch), la Casa Lleó Morera (Lluís Domènech i Montaner), la Casa Mulleras (Enric Sagnier) y la Casa Josefina Bonet (Marcel-li Coquillat). Insuperabl­e.

La Casa Batlló, durante los mismos años 60, albergó vecinos y más de una oficina. Entre ellas había un laboratori­o donde, cómo no, extraían sangre. Es el recuerdo de un niño también crítico con aquel horroroso edificio, pero por otras razones que no guardaban relación con la estética, sino con los miedos de la niñez a la extracción de sangre.

La mayoría de los barcelones­es redescubri­eron su gris ciudad a partir de la explosión de vigor con las Olimpiadas. Fue necesario aquel instante y una campaña que se autoimponí­a «ponerse guapa» para que muchos se percataran del lugar donde vivían.

Pero, si repasamos la prensa de la época, y de la misma forma que ocurrió a principios y mediados del siglo XX, también las Olimpiadas tuvieron sus críticos. Y denunciant­es contra los que estaban presuntame­nte haciendo dinero a costa del resurgir de la ciudad. Que los hubo, como siempre ocurre.

Pero todo se confabuló a favor. La imaginació­n desbordant­e de aquel momento, en consonanci­a con las formas de hacer de la ciudad desde finales del XIX, impactó también en el mundo. Y aunque los críticos machacaron con reflexione­s tan poco consistent­es como los atascos de tráfico cuando se construían las Rondas, desde el mismo momento que arrancó aquella Olimpiada, la ciudad cayó rendida ante lo que estaba ocurriendo.

En 1993 llegó una crisis. Es cierto. Pero el motor de la ciudad estaba en marcha y con una proyección que todavía dura.

Afortunada­mente, no ha sido necesario un paso del tiempo tan largo como el ocurrido desde principios del XX con la Barcelona que proyectaba Gaudí y Domènech i Montaner para entender que esta es una gran ciudad recuperada por los turistas en pocos meses, tras la pandemia.

Claro que el Quo Vadis de Barcelona es eterno. Y así debe ser si se quiere avanzar. Las ciudades que se instalan desfallece­n. Es necesaria una evolución medida y proyectada en el futuro. Esta ha sido una rutina de la ciudad casi sin intención. Con esta premisa deben presentars­e los candidatos a ser alcalde. Y, si no, que abandonen.

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Álex Sàlmon

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