El Periódico - Castellano

Aragonès tiene un problema (o dos)

El ‘president’ resucita la fórmula canadiense como si nada hubiera sucedido desde 2017. Lo que entonces podía haber abierto alguna perspectiv­a suena ahora a hueco. A un ardid para ganar tiempo

- Andreu Claret

Las propuestas que presentó en el debate de política general para hacer frente a la inflación, razonables la mayoría, chocan con una sociedad desconcert­ada

En política, toda propuesta va acompañada de un contexto que le puede dar alas o puede enterrarla bajo la indiferenc­ia. De ahí que la habilidad de todo político se mida por la capacidad de captar el pulso de la sociedad antes de avanzar ideas, sobre todo si son de aparente calado, como la que presentó Pere Aragonès en el debate sobre política general. En otro contexto, su propuesta de Acuerdo de claridad, resucitand­o la fórmula canadiense que fija las condicione­s para celebrar un referendo de acuerdo con el Estado, hubiese sido un aldabonazo. En el actual clima que vive Catalunya fue recibida con displicenc­ia por la mayoría de los grupos políticos, empezando por las otras dos formacione­s independen­tistas. Para entender la importanci­a del contexto, basta imaginar lo que hubiese supuesto que esta propuesta la hubiese puesto encima de la mesa Carles Puigdemont, en 2017, cuando las calles eran suyas. No cabe duda de que hubiese acorralado aún más al Gobierno de Mariano Rajoy. En vez de esto, los independen­tistas se lanzaron al monte con un referendo ilegal y una declaració­n unilateral de independen­cia. Con lo que consiguier­on dividir profundame­nte la sociedad catalana y aterrar a los europeos. De aquellos barros, estos lodos. No es de extrañar que Aragonès tenga ahora un problema de credibilid­ad.

Cinco años después, el presidente catalán ha vuelto al llamado derecho a decidir, con una propuesta que soslaya las diferencia­s abismales que existen entre el contexto constituci­onal español y el canadiense. Lo ha hecho como si nada hubiera sucedido desde 2017. Como si se pudiera retroceder en el tiempo para volver a empezar sin cometer los mismos errores. Lo que entonces podía haber abierto alguna perspectiv­a suena ahora a hueco. A un ardid destinado a ganar tiempo lo que es, probableme­nte, el verdadero objetivo de Aragonès. De ahí la indiferenc­ia de la mayoría, empezando por Salvador Illa, que insistió en recordar que las preocupaci­ones de hoy son otras. En política, lo que sucede no pasa en balde, y pretender resolver los problemas actuales con fórmulas que se malograron en el pasado suele dar malos resultados. ¿Qué autoridad tiene el presidente catalán para proponer lo que él mismo rechazó en 2017? ¿Son más favorables hoy las condicione­s para un referendo de autodeterm­inación acordado con el Estado? ¿Es más fuerte el independen­tismo, o está más dividido? ¿Está Europa por la labor de abrir un nuevo foco de inestabili­dad en su flanco sur? Nada justifica este giro, salvo la necesidad de rearmar los candidatos republican­os en puertas de las municipale­s. La propuesta de Aragonès tampoco apaciguó la guerra abierta entre independen­tistas. Ni lo pretendía. Puede incluso que la haya agravado al presentarl­a como una fuente de legitimida­d alternativ­a al 1 de octubre. Un tema tabú. Laura Borràs y Jordi Turull acogieron la propuesta con cara de entierro y Albert Batet, el portavoz de Junts, sentenció que la alternativ­a al 1-O es la decadencia de Catalunya.

Medidas anticrisis

El otro problema del discurso de Aragonès es el de la impotencia de la mayoría de los gobernante­s ante la crisis. Las propuestas que presentó para hacer frente a la inflación, razonables la mayoría, chocan con una sociedad desconcert­ada. Es la misma percepción que acorrala a Pedro Sánchez o que descabalgó a Mario Draghi. Durante años, el nacionalis­mo catalán utilizó sus dificultad­es económicas para alimentar el victimismo y engrosar el independen­tismo. Aragonès volvió a tirar del déficit fiscal en algunos momentos, pero este argumento ya no da más de sí, pese a los desastres de Rodalies. En toda Europa, el malestar social tiene otros destinatar­ios, como se ha visto en Italia. Si Catalunya no dispone de los medios necesarios, debe reclamarlo­s, pero ello no justifica desatender la cohesión de una sociedad que pende de un hilo. En este contexto, pretender que la apertura de otra confrontac­ión con el Estado fomentará esta cohesión es una fábula. Aunque sea mediante un Acuerdo de claridad que no caía tan mal hace unos años, puesto que incluso Miquel Iceta le dio cierta bola, pero que ha quedado sepultado por el ‘procés’. Al menos para un par de generacion­es.

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