El Periódico - Castellano

El prestigio de los jueces

Queremos magistrado­s que decidan por sí mismos, aplicando acertadame­nte el derecho

- Jordi Nieva-Fenoll P

Algunos jueces interviene­n en las redes sociales exhibiendo ideología, realizando comentario­s en un tono coloquial, irónico, sarcástico o hasta irrespetuo­so. También los vemos en los medios de comunicaci­ón hablando de su trabajo, y hasta protagoniz­ando noticias de la prensa rosa o de la crónica de sucesos. En las últimas décadas ha habido incluso jueces encarcelad­os.

También se han visto tránsitos de la función judicial a la abogacía, o también a cargos políticos. Agotado el cargo –o la vocación de abogado–, vuelven a la judicatura pese a haber quedado ya marcados con una vinculació­n profesiona­l o ideología determinad­a y, por tanto, con su independen­cia comprometi­da, aunque también hay casos de jueces que ostentan cargos públicos designados por un partido influyente, pasando después a otro partido de ideología incluso contraria con sorprenden­te habilidad. De hecho, hasta se inscriben una buena parte de ellos en asociacion­es que la prensa califica sin pestañear de «progresist­as» o «conservado­ras».

También aceptan algunos la impartició­n de conferenci­as en los más diversos foros, algunos ideológica­mente muy sesgados y otros muy identifica­dos en el ámbito económico y empresaria­l, siendo en ocasiones bastante bien pagados y generosame­nte agasajados. El problema es que no pocas veces, las empresas que organizan esos eventos tienen casos pendientes en los tribunales en los que sirven esos magistrado­s. En esos eventos, además, se conoce a muchas personas, se hacen amigos, se compadrea y hasta se pueden crear círculos de influencia­s que actúan como pequeñas sociedades secretas.

La enorme mayoría de todo lo anterior es minoritari­o –aunque muy llamativo– y no tiene grandes inconvenie­ntes legales. Cuestión diferente es, primero, si esas leyes desarrolla­n correctame­nte el concepto de independen­cia judicial que establece el artículo 117 de la Constituci­ón, y que supone que los jueces estarán al margen de cualquier influencia que les provoque afecto, odio o miedo. El concepto es muy próximo –o idéntico, si se estudia con la debida profundida­d– al de imparciali­dad. Al final lo que queremos es que un juez decida por sí mismo, sin influencia de nadie, determinan­do correctame­nte los hechos y aplicando acertadame­nte el derecho, respetando los derechos fundamenta­les.

Todo lo referido no menoscaba siempre la independen­cia. Al contrario, alguna de esas actividade­s –participac­ión en redes o medios– puede ser hasta benéfica en términos de divulgació­n del saber jurídico. Sin embargo, es peligroso que alguna de esas actividade­s sea, como he dicho, «llamativa», o al menos cuestionab­le. Si a un mago se le descubren sus trucos, no puede seguir actuando porque ya nadie acude a verlo.

Y es que aunque cueste creerlo, la figura del juez tiene algo de mágico, si me permiten –sobre todo los jueces– la comparació­n. Nadie recuerda ya que en su origen un juez fue un miembro de la comunidad que traía a los humanos la «justicia», que emanaba de la divinidad. Es posible que lo que digo sucediera por primera vez hace unos 7.000 años en alguna de las culturas que luego nos han sido más influyente­s. En aquel tiempo, los humanos de la época creían no solo que los jueces podían adivinar quién mentía y quién decía la verdad en un proceso, sino que además decidiría justamente con ese refrendo divino, tantas veces síntesis de la opinión de la propia comunidad al respecto del caso. Aquello no tenía nada de científico. Todo era retórica, tradición e intuición.

Probableme­nte no sean consciente­s de que en esto no hemos cambiado tanto. A la Justicia le falta muchísimo método científico todavía, lo que está suponiendo un problema gravísimo para impulsar en su ámbito la inteligenc­ia artificial, por cierto. Esas creencias en la capacidad adivinator­ia y justiciera del juez siguen existiendo en gran medida, y son, sin duda, las que –aún– sustentan el respeto social por los jueces. Si esos juzgadores no actúan en sociedad con cierta prudencia, la gente percibe que son vulgares seres humanos, víctimas de todo tipo de vicios y defectos.

Al menos mientras la ciencia siga luchando trabajosam­ente por abrirse camino en el mundo de la justicia –ya sería hora–, sería positivo ser prudentes y no decepciona­r al respetable. El oficio está en juego.

Jordi Nieva-Fenoll es catedrátic­o de Derecho Procesal de la Universita­t de Barcelona.

A la justicia le falta muchísimo método científico todavía y le sobra creencia en la capacidad justicera

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Leonard Beard
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