Santa Caterina se reinventa con menos paradas
El mercado, que se ha situado estos últimos años como la ‘anti-Boqueria’, aborda su segunda reinauguración en menos de 20 años. El lugar se reivindica como referente comercial, tras años de protestas ‘processistes’, la pandemia y ahora las obras de Via La
Reinaugurado en 2005 tras unas obras que comenzaron 1997, el mercado de Santa Caterina (una suerte de aldea de Astérix en mitad del turistificado centro de Barcelona) volverá a estar en obras próximamente para una nueva reinauguración aún sin fecha prevista. Dos reinauguraciones en menos de 20 años, pas mal. Esta vez, no obstante, los trabajos previstos no conllevarán un traslado provisional ni nada lejanamente similar. Será una operación de cirugía mayor sin dormir al paciente.
Obreros y charcuteros (por citar un producto al azar) compartirán techo durante los trabajos. El objetivo es pasar de las 72 tiendas actuales a 50. Es para bien, aseguran los vendedores por boca de su presidente, David Barroso, y también el Instituto Municipal de Mercados, por boca de Pere Sirvent.
Esta es, en cierto modo, una obra sobrevenida. No estaba en el calendario. Han cerrado a lo largo de los últimos meses 8 de las 72 tiendas del mercado, no tanto por falta de negocio, sino porque este es un oficio en el que el relevo generacional es cada vez más infrecuente. Santa Caterina es un mercado notablemente transitado. Dos millones y medio de personas cruzan cada año sus puertas. Ya quisieran esas cifras otros mercados aparentemente mejor situados. El caso es que los propios comerciantes decidieron acariciar la bola de cristal: preguntaron cuántos veían en el futuro una jubilación sin herederos del negocio. También, por supuesto, cuántos de ellos preferirían lo contrario, crecer: es decir, que su negocio ocupara más metros cuadrados visto que la demanda no decae.
Fue así como salió esa cifra de las 50 tiendas. Aquel sondeo exploratorio llegó a oídos del Instituto Municipal de Mercados que, sabedor de cuán poca paja se necesita en esta ciudad para que prenda el fuego de la negatividad, propuso adelantarse a los acontecimientos y ahí están, a día de hoy, las reuniones para decidir cómo acometer las obras. Parece que hay sintonía. El ayuntamiento, por ejemplo, está dispuesto a asumir el coste de las nuevas ‘parades’ que haya que construir, apunta el vicepresidente de los comerciantes, Jordi Vila. Los comerciantes verán cómo se trabaja en ellas mientras siguen en la antigua y, llegado el momento, se trasladarán.
Desde 1844
A su manera, Santa Caterina es el Benjamin Button de los mercados. Inaugurado por primera vez en 1844, pasan las décadas y parece más joven y musculado. La reforma de 2005 es sobradamente conocida. Enric Miralles y Benedetta Tagliabue llevaron a cabo una radical transformación del edificio muy acorde con los tiempos de embriaguez arquitectónica que desde el ayuntamiento apadrinó el alcalde Joan Clos.
A pesar de los problemas que inicialmente provocó la arquitectura del nuevo mercado (una nevera en invierno y un horno en verano, el aire acondicionado no se ha estrenado hasta 2022), lo cierto es que es difícil no reconocerle un efecto hipnótico al tejado cerámico multicolor del edificio. Pero eso no debería eclipsar (y así pasa) lo sucedido allí desde 2005. Los ‘paradistas’ han llevado a cabo algunas hazañas, lo dicho al principio, dignas de Astérix. A saber. Renunciaron hace años a seguir los pasos de la Boqueria, es decir, dedicar parte de la superficie comercial a zumos, papelinas de jamón, pinchos de freiduría, macedonias en vasos de plástico, gominolas y otras insensateces. Fue una sabia decisión y, además, contracorriente, pero por lo que parece se quedó corta. El negocio del turismo tiene en ocasiones derivadas insospechadas. En la Casa Milà (o la Pedrera, si prefieren llamarla así) descubrieron en una ocasión que algunos guías turísticos recibían incentivos si, puestos a elegir una única visita de Gaudí en el paseo de Gràcia elegían la Casa Batlló. La ley en ese sector es la de la selva. No debería extrañar, entonces, que cuando se limitó en la Boqueria a 15 personas como máximo los grupos de turistas a los que se les enseñaba ese mercado de la Rambla, algunos guías, sobre todo de cruceristas, pusieran rumbo a Santa Caterina quién sabe si además con el argumento de que era una experiencia, como se dice tanto ahora, mucho más auténtica. Fue por eso que en 2018 los vendedores de Santa Caterina reclamaron y consiguieron que esa misma limitación se les aplicara también a ellos..¿Por qué? Porque tenían otros planes en marcha mucho más rentables.
Ser la envidia
La venta a domicilio de Santa Caterina es la envidia del resto de mercados de la ciudad. En 2021 facturaron 600.000 euros en producto repartidos no solo en Barcelona, sino en el conjunto de la primera corona metropolitana y a veces más allá. Este era el mercado de referencia, antaño, para las familias de otras ciudades del entorno barcelonés. Antes era Mahoma el que iba a la montaña. Visto que la movilidad comienza a ser otra, ahora es la montaña la que visita al profeta y le lleva el producto fresco a la puerta de casa a la hora convenida. Santa Caterina es, efectivamente, una rareza. También es, por decirlo de esa manera que hasta pretende parecer culta, un mercado resiliente. Eso lo subraya bien Barroso, ‘paradista’ y representante de sus colegas de mercado. Primero sufrieron como poco tres años de protestas ‘processistes’ en la Via Laietana. Después llegó la pandemia, que todo hay que decirlo, fue estresante para el sector del comercio. Pero en los mercados se vendió como nunca, un 38% más de lo habitual. Ahora la Via Laietana está en obras. Podrían tomarse este nuevo contratiempo como una maldición más y bajar los brazos, pero creen los vendedores que cuando terminen los trabajos Santa Caterina saldrá ganando público barcelonés.
En realidad, no hace falta que esperen. Vayan. Merece la pena.
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El mercado se ha especializado en la venta a domicilio. El año pasado facturó 600.000 euros en productos repartidos