Hacia un sector espacial coherente con la justicia climática
En los últimos años asistimos a un relanzamiento de las actividades espaciales. Nuevas potencias espaciales han surgido, y el sector privado ha irrumpido en el tablero de juego, ya no como un mero contratista del estado, sino como un actor con grandes medios y una fuerte iniciativa propia. Las motivaciones tras este interés de estados y empresas en el espacio son variadas: científicas, tecnológicas, estratégicas, militares, propagandísticas, económicas…
La era espacial ha traído numerosos beneficios a la humanidad. La visión de la Tierra desde fuera, o incluso desde la Luna, o desde los confines del sistema solar, como en el famoso punto azul pálido, ha tenido un impacto sobre la conciencia colectiva y sobre nuestra visión de nuestra relación con este planeta. Los satélites de observación de la Tierra nos permiten conocerla mejor, hacer predicciones meteorológicas, y adelantar y gestionar mejor fenómenos catastróficos tales como huracanes, terremotos e incendios. Las tecnologías de geolocalización nos ayudan en nuestro día a día. La exploración de otros planetas es una de las tareas más inspiradoras que ha emprendido la humanidad, etc.
Pero es un hecho cada vez más evidente que no todas las actividades espaciales son compatibles con el interés general de la humanidad, y que algunos actores del sector espacial están comportándose de forma egoísta y buscando únicamente su propio beneficio o el de una minoría privilegiada. Surge así un marco ideológico y una narrativa que pretenden legitimar estas actividades, y con ello, conceptos que suenan bien pero que o no significan nada, o no significan lo que parece. Por ejemplo: «democratización del espacio».
En lo que probablemente fue una muestra involuntaria de su inocente incoherencia, el CEO de una compañía del sector espacial lo expresó muy bien en una entrevista: «El espacio se está democratizando, sobre todo si tienes mucho dinero». Esta supuesta democratización del espacio no consiste en que la población mundial pueda deliberar sobre la forma en que nos relacionamos con el espacio y que esta sea acorde al interés general, sino en que actores particulares puedan explotar el espacio con una libertad mal entendida y condicionados únicamente por los intereses particulares de una minoría.
Un ejemplo de esta falsa democratización del espacio es el turismo espacial. Varias empresas ofrecen ya vuelos suborbitales. Estos
Pvuelos son muy caros y solo están al alcance de una minoría, pero la propaganda en torno al turismo espacial sostiene que el precio irá bajando hasta hacerlos accesibles a las masas. Llegamos así a un ingrediente fundamental en la encrucijada actual de la humanidad: la crisis climática, energética, y ecológica en general.
Cada pasaje en un vuelo turístico de Virgin Galactic o Blue Origin supone en torno a 10 toneladas de dióxido de carbono. En comparación, la huella del carbono media anual per cápita en España es de 5,4 toneladas, y a nivel mundial de 4,8 toneladas. Es decir, un turista espacial produce el doble de carbono en pocos minutos que el humano medio a lo largo de todo un año.
Es evidente que no nos podemos permitir que el turismo espacial se generalice, no solo por las emisiones de carbono, sino también por el inminente descenso energético. Estamos atravesando el pico de producción de diferentes combustibles fósiles y recursos energéticos. Las llamadas energías renovables también requieren de recursos limitados, muchos de los cuales no son reciclables a día de hoy. Por su parte, el cambio climático sigue avanzando y estamos muy cerca de atravesar puntos de no retorno. El IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) avisa de que más de la mitad de la población mundial vive en zonas altamente vulnerables al cambio climático. En 2022 miles de personas han muerto y la productividad agrícola ha caído fuertemente en muchas regiones.
Nuestro futuro próximo está inminentemente marcado por la necesidad de mitigar estas crisis y adaptarnos a ellas, lo que implicará una fuerte reforma de todo nuestro sistema socioeconómico: es la hora de dejar el greenwashing y abandonar la ideología obsoleta y seudocientífica del crecimiento económico. Tenemos que preguntarnos: ¿qué usos del espacio pueden ser verdaderamente sostenibles y beneficiosos para el conjunto de la humanidad en este contexto de decrecimiento material y energético? Solo sobre esta pregunta y con estas consideraciones será posible construir un New Space coherente con los valores en los que se fundamenta nuestra sociedad en la encrucijada de la crisis ecológica. O en otras palabras: solo así será posible democratizar el espacio.
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No todas las actividades espaciales son compatibles con el interés general
Debemos construir un ‘New Space’ congruente con los valores de nuestra sociedad
Jorge Hernández Bernal es astrofísico de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y de la misión Mars Express. Forma parte del Grupo de Ética Espacial y Derecho Humanos de la SGAC.