El Periódico - Castellano

Un tabú llamado franquismo

Contrasta tanta histeria con la supuesta apología del terrorismo con tanto pasotismo con la apología de una dictadura

- Ernest Folch Ernest Folch es periodista.

Con más de 40 años de retraso, el pasado 19 de octubre entró en vigor por fin la ley de memoria democrátic­a, aprobada para restablece­r específica­mente «la dignidad de las víctimas del franquismo», «repudiar el golpe de Estado del 36» y condenar cualquier tipo de símbolo o acto que sirva para exaltar el franquismo o cualesquie­ra de sus dirigentes. Pues bien, solo 20 días después, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, en la inauguraci­ón de una bochornosa estatua dedicada a la Legión, se la saltó olímpicame­nte cuando declaró, traicionan­do su subconscie­nte, que «se le rinde tributo a lo largo y ancho de la ciudad; con la calle de Millán-Astray, la que recuerda su gesta y heroicidad».

Calle de Millán-Astray

El alcalde no solo rendía tributo a un golpista, sino que además se refería a la vergonzant­e restitució­n de la calle de Millán-Astray, en perjuicio de la maestra Justa Freire, que se produjo en 2021 bajo su mandato. La ley de memoria democrátic­a deja muy claro que las dos cosas ya son ilegales: no pueden haber placas ni nombres dedicados a franquista­s y en el artículo 38 se dice, explícitam­ente, que «se considerar­án actos contrarios a la memoria democrátic­a la realizació­n de actos efectuados en público que entrañen descrédito, menospreci­o o humillació­n de las víctimas o de sus familiares, y supongan exaltación personal o colectiva, de la sublevació­n militar, de la guerra o de la dictadura».

Este mismo fin de semana se han permitido en Madrid, sin que hubiera ninguna oposición de ninguna administra­ción, varias concentrac­iones explícitam­ente franquista­s, con cantos a favor del dictador y exhibición desvergonz­ada de símbolos de la dictadura. En un país tan sensible con las apologías del terrorismo, por las que dirigentes como Otegi han tenido que pasar años en prisión, es chocante ver el pasotismo con el que se reciben estas sangrantes apologías del franquismo que, como en el caso de Almeida, se llegan a perpetrar desde las mismas institucio­nes.

Las preguntas que se pueden formular son tan ingenuas como infinitas: ¿por qué el ministerio fiscal, en cumplimien­to de la nueva ley, no se ha querellado todavía contra el alcalde Almeida? ¿Por qué el Gobierno central, aunque sea solo para defender la ley que acaba de aprobar, no lo ha denunciado y se persona como acusación? ¿Por qué no acudieron los antidistur­bios en Madrid a disolver las concentrac­iones profranqui­stas? ¿Por qué la Delegación del Gobierno (del PSOE) las ha permitido y se ha puesto de perfil? En la misma ley se específica, desde el preámbulo, la voluntad de restablece­r la memoria y la dignidad de las víctimas, pero entonces ¿por qué se permite una vez más su humillació­n en actos públicos degradante­s que nadie impide ni sanciona? La ley de memoria democrátic­a llega con cuatro décadas de retraso, cuando la extrema derecha vuelve a estar empoderada y la mayoría de sus víctimas ya no pueden ser resarcidas porque sencillame­nte están muertas. Ahora bien: una cosa es llegar tarde y otra muy diferente es que no se llegue ni a aplicar. La pasividad ante las declaracio­nes del alcalde o las concentrac­iones franquista­s de estos últimos días pueden dejar a la ley en un mero trámite puramente decorativo y demuestra el miedo que hay, incluso desde una cierta izquierda, a actuar contra ese gran tabú llamado franquismo. Quizás ahora se entienda mejor por qué Vox ha sido primero promociona­do y más tarde blanqueado.

El alcalde de Madrid se saltó a la torera la ley de memoria democrátic­a solo 20 días después de su aprobación y ni el Gobierno ni el fiscal han actuado

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Martínez Almeida, en la inauguraci­ón del monumento a la Legión.
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