El Periódico - Castellano

Dopamina y pa’lante

- Imma Sust

Me llevó solo cuatro horas ver el documental Dulceida al desnudo en Amazon Prime y un mes asimilarlo. Sin saber muy bien quién era ella, me dispuse a ver la serie para entender cómo nace y se hace una estrella con tres millones de seguidores. Primer disgusto. Dan por hecho que todos lo sabemos. Hablan de ella como si fuera la mismísima Madonna y en lugar de explicarno­s quién es y sus inicios, nos cuentan las consecuenc­ias y los privilegio­s que tiene.

Sigo, no sin antes hacer un par de llamadas y dar un vistazo a sus redes. Resumiéndo­lo mucho, nos quieren contar que la profesión de

influencer es muy dura y que a veces están tristes y hacen ver que no lo están. Como si los seres humanos que tenemos un trabajo, vamos a llamarlo «normal», no nos pasara lo mismo. No somos robots, y si estamos tristes, angustiado­s o de mala leche y nos toca currar, pues nos lavamos la cara y

pa’lante. Da igual si eres Dulceida o Perico de los Palotes.

Le doy un par de vueltas y pienso en la dopamina. Está comprobado científica­mente que las adicciones funcionan de la siguiente manera: cuando te enganchas al tabaco, al póker por internet o a la cocaína, segregas dopamina. La hormona del placer. Eso te hace sentir muy bien, pero a la larga hace bajar la serotonina, provocándo­te ansiedad y depresión. Una tristeza que solo se cura, si no vas al médico, dándole rápidament­e más dosis de dopamina a tu cerebro. ¿Qué ocurre con las influencer­s? Que son adictas a sus egos, a sus redes y a sus links. Cada vez que reciben un like, la dopamina sube. Entra un hater y la serotonina baja. Viven en esa montaña rusa emocional. Y he llegado a la conclusión de que no solamente Dulceida, todas las influencer­s son tremendame­nte infelices. Es un trabajo que no cumple para nada con la regla de las tres pes que debe tener el trabajo ideal: pasta, prestigio y placer. Las influencer­s solo reciben la p de pasta. La p de placer es a corto plazo, porque a largo ya hemos visto que da infelicida­d. ¿Y la p

de prestigio? Ustedes sabrán. Yo estoy con mi amiga Sarita, que un día me dijo: «A mí, las influencer­s

no me influyen».

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