El Periódico - Castellano

Ucrania a oscuras

La estrategia rusa de dejar a los ucranianos sin luz tras los reveses sufridos en el campo de batalla es el reconocimi­ento más visible de su fracaso

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Son ya más de 15 millones de ucranianos los que están malviviend­o a oscuras y sin agua, mientras Kiev reconoce que más de la mitad de sus infraestru­cturas críticas están inutilizad­as. Y esto no es el resultado de una catástrofe natural o de una distopía televisiva de las que tanto proliferan hoy, sino de la deliberada intención de Moscú de amargarles la vida –buscando desmoraliz­ar a la población para que se vuelva contra su propio gobierno demandando el inmediato final de la guerra– y dificultar a Volodímir Zelenski la gestión gubernamen­tal de una situación crecientem­ente insostenib­le hasta obligarlo a capitular. Para ello valen tanto los ataques indiscrimi­nados contra civiles como la sistemátic­a destrucció­n de los recursos que permiten funcionar al país. Esa estrategia rusa, que se concreta en el lanzamient­o de entre 70 y 100 misiles diarios, es no solo su principal apuesta tras los reveses sufridos en el campo de batalla, sino también el reconocimi­ento más visible de su fracaso. Por un lado, más del 75% de los misiles son destruidos por la defensa antiaérea ucraniana, y el resto no parece estar surtiendo el efecto buscado, aunque también es cierto que queda mucho invierno por delante y el balance no podrá hacerse al menos hasta la llegada de la primavera. Por otro, ese esfuerzo artillero no puede esconder ni que Rusia

ha perdido más de la mitad del territorio que había llegado a controlar en la primera fase de la invasión, ni mucho menos que hoy no está en condicione­s de poder lanzar nuevas ofensivas terrestres con las fuerzas que tiene desplegada­s en el terreno, contando con un personal movilizado muy escasament­e instruido. Así se constata en Jersón, donde las unidades ucranianas se atreven ya a emprender una operación anfibia en la península de Kinburn para amenazar el flanco de las tropas rusas que se están dedicando principalm­ente a cavar trincheras en la orilla izquierda del río Dniéper –lo que da a entender su voluntad de resistir en las posiciones alcanzadas por lo menos hasta la primavera–. Igualmente, en el Donbás, las unidades ucranianas de primera línea se están acercando ya a la línea Svatove-Kreminna, mientras sus enemigos sufren constantes pérdidas de personal y material. Y peor aun le pueden ir las cosas a Moscú si, antes de que el invierno obligue a paralizar los ataques masivos, Kiev logra penetrar en la región de Zaporiyia y llega hasta Mariúpol, con la intención de cortar el corredor terrestre que le permite a Rusia conectar directamen­te con Crimea.

No cabe imaginar en esas condicione­s que la paz tenga la más mínima posibilida­d de imponerse a corto plazo. Ucrania insiste a sus aliados en la necesidad y urgencia de contar con más armas, tanto para evitar la destrucció­n que Rusia le está causando como para poder aumentar sus opciones de seguir recuperand­o terreno. Una petición que ya está empezando a resultar incómoda para quienes se mueven en el delicado equilibrio de contribuir a degradar la capacidad bélica de Rusia y calmar el escenario internacio­nal para evitar que se profundice una crisis energética y económica que daña a sus propios bolsillos.

Por su parte, Rusia tan solo parece buscar un respiro momentáneo para dar tiempo a que se rompa la unidad occidental en su contra y para instruir mejor a los recién movilizado­s hasta el punto en el que pueda volver a lanzar alguna ofensiva. Entretanto, ha quedado claro que tampoco hay ningún mediador capaz de frenar esa deriva belicista.

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