El Periódico - Castellano

Arbitraje femenino en un universo de hombres

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En octubre de 2015, David Le Frapper, entonces entrenador del Valencienn­es de la Segunda División francesa, tras perder un partido contra el Laval, declaró en rueda de prensa: «Era penalti, sin duda, pero el árbitro no lo ha visto. Quizás estaba patinando». Eran unas declaracio­nes como tantas hay en el mundo del fútbol, y, por supuesto, no habrían pasado a la historia de no ser porque el árbitro era una mujer, Stéphanie Frappart, a la que el entrenador airado y decepciona­do por el resultado dijo: «Es complicado cuando una mujer arbitra en un deporte de hombres». Pero la verdad es que en la trayectori­a de Frappart como colegiada en este deporte masculino no ha habido más invectivas que las habituales hacia los árbitros que son hombres. El entrenador del Marsella, André VillasBoas, cuando Frappart ya arbitraba partidos de la Ligue 1, le recriminó la expulsión de Dimitri Payet tras cometer un penalti. «No tienes nivel», le dijo, que es mucho menos de lo que dijo Piqué a Gil Manzano en El Sadar.

Frappart se ha entrenado para contener las emociones y dice que, en el terreno de juego, no ha tenido que sufrir agresiones machistas. Sería distinto, claro, si miráramos los comentario­s en las redes, pero resulta que ella no tiene ni participa del juego, porque se concentra en una carrera impecable, más allá del ambiente decididame­nte macho que domina el mundo del fútbol. Junto a los exabruptos, hay cierta conmiserac­ión de la que también abomina porque Frappart no cree que haya llegado hasta aquí porque es mujer, sino porque es un árbitro excelente, bien formado y preparado: «Es más importante demostrar que tengo la competenci­a para hacerlo, porque las exigencias deben ser las mismas, aunque cueste seguir a Mbappé cuando corre a 37 kilómetros por hora. Los futbolista­s no correrán más despacio porque yo sea mujer». Las palabras que Frappart utiliza para calificars­e son calma, serenidad y confianza, diálogo. «El mejor reconocimi­ento es que me vean como una partenaire du jeu, es decir, que formo parte de un todo». Quienes la han tenido delante, hablan de diplomacia, de carisma y personalid­ad, aunque las palabras de Christophe Galtier, entrenador del PSG, son más bien prepotente­s y algo antiguas: «Nos enervamos, como siempre, pero basta con una mirada, una sonrisa, un gesto de ella, y todo esto se desvanece». Frappart tiene un hilo de voz, pero se impone sin contemplac­iones y sin miramiento­s, con un aire diferente, sí, pero sin tonterías ni tópicos perfumes femeninos.

Carcajada franca

Siempre sale al campo riendo, con la exhibición de una carcajada franca y con su caracterís­tica profusión dental, con el cabello recogido en un moño y con dos cintas negras, y solo la he visto un poco encogida (solo un poco) la primera vez que arbitró un partido de Primera en Francia. Fue en abril de 2019, en el estadio del Amiens, contra el Racing Club. Mientras entraba al campo, podía leerse en una pancarta: Bienvenue à la Licorne, Madame Frappart. Vive les femmes dans le foot. Después, vinieron más partidos nacionales y la consolidac­ión internacio­nal, con la final del Mundial femenino y la final de la Supercopa masculina de la UEFA, y con la máxima responsabi­lidad en partidos de la Champions League y en la Eurocopa de Naciones. Muchos la recordarán porque en marzo de este año pitó el histórico encuentro en el Camp Nou (con récord de asistencia) entre los equipos femeninos del Barça y del Madrid. Ahora, junto a Salima Mukansanga (de Ruanda) y Yoshimi Yamashita (Japón), será la primera mujer que arbitrará en la controvert­ida Copa del Mundo de Catar, que quizás tendremos que mirar solo para contemplar cómo aquella niña de Plessis-Bouchard, en la Val-d’Oise, sube a la cima de la competició­n, con la esperanza de que sea ella quien arbitre la final. Sería una forma bastante contundent­e y valiente de terminar un torneo «manchado de corrupción, sangre e intoleranc­ia», como ha dicho la revista Panenka.

Hija de un trabajador de la multinacio­nal 3M y de una ayudante de guardería, creció en un ambiente futbolísti­co. Su padre había sido jugador y dos de los tres hermanos también se convirtier­on en árbitros. Ella jugaba en el patio de la escuela y después entró en el AS Herblay como centrocamp­ista. Con 13 años acudió a clases de arbitraje para aprender mejor la normativa y fue a los 19 cuando decidió cuál sería su profesión. «El arbitraje es una escuela de vida; aprendes a tomar decisiones con rapidez, a ser responsabl­e y a forjar la personalid­ad». Frappart, la femme en noir.

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Hannah Mckay / Reuters
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