El Periódico - Castellano

Un cuadro al revés colgado en Waterloo

No es que Puigdemont goce de mucho prestigio, pero con su regreso se arriesga a perder el poco que le queda

- Albert Soler Albert Soler es periodista.

Dicen que la distancia es el olvido, yo qué sé, no me acuerdo, lo que es seguro es que la distancia es la distorsión. Gracias a la distancia que separa España de Waterloo, hay bastantes catalanes que han olvidado al Vivales, pero lo más curioso es que hay lacistas que lo tienen por un líder. Eso es la distorsión de la distancia. Visto a más de mil kilómetros, cualquier pelagatos parece un estadista, sobre todo si no tiene otra ocupación que recibir de vez en cuando a un par de negritos que le cuentan al padrecito blanco las cuitas que padecen en su región. Los pobres africanos que de tarde en tarde son agraciados con una visita al bwana Vivales y corren a hacerse una foto con él deben de pensar que entre oprimidos van a entenderse. Hasta que ven el casoplón de la Casa de la Republique­ta, recuerdan cómo viven ellos y entonces caen en la cuenta de que, como diría Orwell, todos los oprimidos son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

Chapuzas

Algo de olvido habrá también, y será cosa de la distancia, cuando sigue habiendo lacistas que no recuerdan que, cuando habitaba entre nosotros, al Vivales no se le recuerdan más que chapuzas, ya fuera como alcalde de la desventura­da Girona, ya fuese como presidente efímero del Governet. Ni una sola acción de gobierno digna de recodar, ni un solo momento que justificar­a su cargo, ni una sola palabra que pusiera un poco en duda su ineptitud. Olvidado todo eso, sigue habiendo lacistas que esperan el regreso del Vivales, igual que los antiguos judíos aguardaban la llegada del niño Dios. Ni siquiera faltan profetas que periódicam­ente anuncian la llegada del redentor, cuya sola presencia habría de salvarnos a todos de seguir siendo españoles.

Con el Vivales ocurre como con el cuadro de Mondrian que estuvo más de 70 años colgado boca abajo, sin que nadie se apercibier­a. Algún aficionado a la pintura puede enojarse por la comparació­n, y con razón, puesto que cualquier garabato de Mondrian tiene mucho más valor que el Vivales, que precisamen­te de valor anda escaso. Pero también lo mantenemos expuesto en Waterloo exactament­e al revés, como si fuera un exiliado, un estadista o una persona medianamen­te despierta.

Lo mejor que puede hacer –y ese consejo se lo ofrezco gratis– aunque la justicia europea anulase el suplicator­io cursado por el juez Llarena, es no acercarse a esta su tierra. Que se mantenga a más de mil kilómetros, distancia en la cual la necedad pasa desapercib­ida. Si viniera sería recibido de entrada con confeti y charangas, pero al poco tiempo todo el mundo sabría que en Waterloo el cuadro estuvo colgado al revés, y que lo que ha venido de vuelta no es el estadista que creíamos tener, sino un pobre incapaz. No es que el Vivales goce actualment­e de mucho prestigio, pero con su regreso se arriesga a perder el poco que le queda. Mientras resida en Waterloo y se contente con un par de aparicione­s anuales por videoconfe­rencia, nada ha de temer, solo los más cercanos de sus fieles sabrán que es un absoluto mentecato, y esos le guardarán el secreto porque les va el sueldo en ello.

Quédese viviendo a la sopa boba en Bélgica, don Vivales, no sea que, regresando, sus fieles descubran que es más gordinflón que ambicioso, más ambicioso que político, más político que inteligent­e y más inteligent­e que legítimo ‘president’.

Sigue habiendo lacistas y profetas que esperan su vuelta a Catalunya

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Julien Warnand / Efe Carles Puigdemont, en el Parlamento Europeo, en Estrasburg­o, el pasado mayo.
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