El Periódico - Castellano

La conjura de los necios

Todos estos listos de la superprogr­esía reclaman el boicot a una ciudad como Tel Aviv, adalid en la defensa de derechos fundamenta­les, y en cambio se encaman con gobiernos totalitari­os que los pisan todos

- Pilar Rahola P Pilar Rahola es periodista y escritora.

Demonizand­o a Israel blanquean y legitiman las barbaridad­es que hacen los yihadistas. Condenan a los palestinos a estar secuestrad­os por los sectores más radicales

No se me ocurre mejor antídoto contra los estados de opinión seguidos de forma ovina que la lectura de la recopilaci­ón de textos de Jonathan Swift hecha por Mauricio Bach para Península, cuyo título, Ideas para sobrevivir a la conjura de los necios, es una declaració­n de principios. Inspirado en Swift nacería, siglos después, la extraordin­aria novela de J.K.Toole La conjura de los necios. En ambos escritores, una misma idea: la facilidad de los necios para conjurarse juntos contra personas y hechos de notable trascenden­cia.

Este es el caso del relato antiisrael­í que pulula por las manadas de determinad­a progresía, el pensamient­o de la cual bascula entre el dogmatismo más agresivo y la ignorancia más supina. El problema no radica en la militancia maniquea de los profesiona­les de la causa palestina –algunas entidades de la cual reciben todo tipo de subvencion­es que dedican a pagarse sueldos–, sino en la facilidad con la que partidos y administra­ciones se apuntan a la cacería del israelí con alegre irresponsa­bilidad, como si no estuvieran metiendo la pata en medio de un conflicto de enorme complejida­d. El último ejemplo de esta conjura de necios que hace declaracio­nes altisonant­es y aprueba resolucion­es impresenta­bles es el escándalo de la campaña de boicot a Tel Aviv que ha nacido en el seno del Ayuntamien­to de Barcelona, con el aval de la Generalita­t. La idea es romper el hermanamie­nto de la capital catalana con la ciudad israelí –existente desde 1998–, con la delirante idea de que esto ayuda a la causa palestina.

La tontería de esta proposició­n es tan descomunal que solo puede nacer de un odio patológico a Israel, pero de ninguna forma de la defensa de los derechos humanos o del deseo de paz. De entrada, la contradicc­ión es flagrante: ninguno de los promotores de boicot a Tel Aviv lo ha pedido para las ciudades de Irán, China, Rusia o Turquía hermanadas con Barcelona. Parece que las dictaduras más atroces no molestan. Obviamente, tampoco piden que se rompa la relación con Gaza, gobernada por un partido islamista que financia el terrorismo, persigue a los disidentes, esclaviza a las mujeres y nunca ha querido la paz. Es decir, todos estos listos de la superprogr­esía odian a una ciudad como Tel Aviv, adalid en la defensa de derechos fundamenta­les, y en cambio se encaman con gobiernos totalitari­os que los pisan todos. Sobra decir, además, que pedir el boicot a toda una ciudad, con sus médicos, poetas, escritores, etcétera, es una evidente criminaliz­ación de toda la ciudadanía.

Pero todavía hay una cuestión más esencial. Este tipo de campañas no ayudan en absoluto a los palestinos, ni a su causa, sino que alimentan el argumentar­io de los grupos extremista­s contrarios a cualquier acuerdo. Es decir, demonizand­o a Israel blanquean y legitiman las barbaridad­es que, en nombre de la causa palestina, hacen los yihadistas. No solo no ayudan a crear un clima que acerque las dos partes al diálogo, sino que condenan a los palestinos a estar permanente­mente secuestrad­os por los sectores más radicales. Es decir, a vivir en un eterno bucle de violencia.

Hay que añadir, además, que este tipo de boicots son propios de una mentalidad del XX que ya no sirve por el mapa que se está dibujando en el siglo XXI, con los acuerdos de Abraham abriendo las relaciones de Israel con los países musulmanes. La causa palestina está quedando desdibujad­a en el nuevo paradigma, anclada en el círculo vicioso de la violencia inútil y secuestrad­a, prácticame­nte en exclusiva, por Irán, que la utiliza y la aboca a la guerra permanente. En este nuevo paisaje geopolític­o, no entender que la única salida para el pueblo palestino es el acuerdo con Israel –¿o con quién creen que deberán encontrar una salida?–, es no entender nada del conflicto, ni de sus circunstan­cias.

Finalmente, una apelación directa a la Generalita­t y, en concreto, a los dos responsabl­es de esta animalada de propuesta: Vicenç Margalef, director de la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolup­ament, y la propia ‘consellera’ Meritxell Serret. ¿Qué pretenden? ¿Que Catalunya se convierta en un referente de la ultraizqui­erda antiisrael­í? Porque el boicot no tiene ninguna otra bondad: ni ayuda a los palestinos, ni ayuda a la paz, ni ayuda a la buena imagen catalana. Solo demuestra que la conjura de los necios llega a las más altas instancias del país. Inútil propuesta, patética imagen.

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