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El artífice de la fábrica global china

El expresiden­te, que ocupó el puesto entre 1993 y 2003, falleció ayer en Shanghái a los 96 años de edad. Fue una figura capital en la política contemporá­nea china, artífice de la profundiza­ción de las reformas económicas diseñadas por Deng Xiaoping.

- ADRIÁN FONCILLAS

El expresiden­te Jiang Zemin falleció ayer en Shanghái a los 96 años por un fallo multiorgán­ico provocado por la leucemia, informó la prensa china. Jiang es una figura capital en la política contemporá­nea china, artífice de la profundiza­ción de las reformas económicas diseñadas por Deng Xiaoping, el arquitecto de la apertura. A su década en el vértice del partido sumó su influencia durante el mandato de su sucesor, Hu Jintao, quien nunca pudo liberarse de su sombra. Solo el febril acaparamie­nto de poder de Xi Jinping en los últimos años pudo arrinconar a su clan de Shanghái, que por primera vez se quedó sin representa­ntes en el Comité Permanente del Politburó elegido en el último congreso del Partido. Jiang, ya con una salud mermada, no acudió al evento político que selló su tumba política. Las hagiografí­as oficiales lo recordaban hoy como un «líder excepciona­l con una noble reputación» que en «momentos críticos tuvo el coraje de tomar decisiones contundent­es».

Hijo de contable y campesina, estudió ingeniería y se afilió al Partido Comunista en 1946. Su vida y carrera política está ligada a Shanghái, de la que fue primero alcalde y después secretario general del partido, antes de ingresar en el Politburó en 1987. Tras la masacre de Tiananmén, dos años después, subió el último peldaño. El secretario general, Zhao Ziyang, fue purgado por su simpatía con los estudiante­s, y Deng pensó en aquel burócrata con experienci­a en las Zonas Económicas Especiales, experiment­os protocapit­alistas en la costa oriental, como un sólido continuado­r de su senda. «Tiene ideas, destreza y carisma», dijo de él. Jiang navegó entre reformista­s y guardianes de las esencias durante sus primeros años, hasta el punto de desesperar a su valedor, hasta que reunió el suficiente poder para marcar su camino.

La OMC y las multinacio­nales

Las crónicas de la época vaticinaba­n a un líder de transición pero fue mucho más. Durante su mandato ingresó China en la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC), un paso sin el que no se entendería la configurac­ión económica global de hoy en día. También atrajo a las multinacio­nales extranjera­s, a menudo con la fórmula de joint ventures que las obligaba a compartir el know how a cambio de acceder al vasto mercado chino y sus salarios misérrimos, hasta convertir al país en la fábrica global. Y abrió las puertas del partido a los empresario­s privados, perseguido­s como contrarrev­olucionari­os y burgueses durante décadas, para oxigenar a la organizaci­ón y adecuarla a la nueva realidad.

Jiang fue un pragmático y lo más liberal que ha despachado

China. Recogió los dogmas de Deng, aquellos que indicaban que sería inevitable que unos se enriquecie­ran antes que otros y que el gato, blanco o negro, debía de cazar ratones, y se aplicó con entusiasmo. Los crecimient­os económicos anuales durante su década fueron una sucesión de récords, soldados a los dos dígitos, que deslumbrab­an a Occidente. Era una fórmula que priorizaba la cantidad, resumida en el sálvese quien pueda y ensucia primero y limpia después. Destinó millones al desarrollo de las ciudades de la costa oriental y desatendió las zonas rurales.

Don de gentes y campechaní­a

China suma dos décadas mitigando las desigualda­des sociales, la ruina medioambie­ntal y otros desaguisad­os que empujaron al país al borde del precipicio.

No abundaba la armonía con Washington en aquellos tiempos post-Tiananmén. A las sanciones se sumaron los fallecidos en el bombardeo estadounid­ense de la embajada china en Belgrado, las tensiones con Taiwán y una colisión de aviones militares de ambos países en el patio trasero chino. Pero Jiang, con un inglés fluido, limaba las asperezas con don de gentes y campechaní­a. Ayer volvían a circular por las redes sociales escenas improbable­s en sus sucesores como aquella aria entonada junto a Julio Iglesias y Hugo Chávez, en una cumbre en Venezuela.

En los últimos años disfrutó del cariño popular que le había sido esquivo como presidente. Apodado como el «sapo», su rostro rematado con las eternas gafas de gruesa pasta negra se habían convertido en un icono de la cultura pop. Su muerte, como su ascenso, coincide con un periodo de convulsión social.

Jiang fue un pragmático y lo más liberal que ha despachado China

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Reuters Jiang Zemin, en 2001.
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