El Periódico - Castellano

Pensiones: la reforma postergada

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Con las pensiones en España ocurre como con el cambio climático: hay cierto consenso en que nos abocamos al límite de la sostenibil­idad (en un caso del sistema de la Seguridad Social, en el otro, del planeta), pero los pasos para evitarlo son todavía insuficien­tes. La razón es que en ambos casos implica tomar medidas impopulare­s, que los gobiernos prefieren postergar, hasta que se ven obligados a hacerlo. En España, después de varias reformas de las pensiones, volvemos a encontrarn­os en la urgencia de modificar el sistema para garantizar su viabilidad futura, que no es otra cosa que conseguir que los ingresos cubran los gastos, lo que actualment­e está en entredicho. La urgencia viene dada por la Comisión Europea, ante la que el Gobierno se ha comprometi­do a tener aprobada una reforma antes del 31 de diciembre. Es la condición para que España reciba los fondos europeos para la recuperaci­ón.

Apenas queda un mes para presentar a Bruselas los deberes hechos, una misión altamente difícil vistas las posturas divergente­s entre el ministro del ramo, José Luis Escrivá, y los agentes sociales, así como en el seno mismo del Gobierno. La vicepresid­enta Yolanda Díaz (Podemos) se ha mostrado abiertamen­te crítica con la propuesta, en una nueva exhibición de discrepanc­ia entre socios de coalición.

La sostenibil­idad del sistema de pensiones puede abordarse aumentando los ingresos a la Seguridad Social o reduciendo los gastos, o bien una mezcla de ambos. La última reforma de enero de 2022 incorporó medidas para aumentar las cotizacion­es, esto es, los ingresos (incentivan­do el retraso de la edad de jubilación y penalizand­o las prejubilac­iones), pero también vinculó la revaloriza­ción de las pensiones a la subida del IPC. Fue una medida bien recibida entonces, porque es una manera de mantener el poder adquisitiv­o de los pensionist­as. Probableme­nte el Gobierno no contaba con que el año acabaría con una inflación disparada que ha hecho que las pensiones vayan a subir el 8,5% en 2023, lo que tendrá un impacto presupuest­ario de más de 13.500 millones de euros.

Es preciso, pues, acometer fórmulas que den estabilida­d al sistema. La presentada por Escrivá intenta corregir los desequilib­rios actuales a través de dos medidas controvert­idas. Una de ellas es ampliar el periodo para el cálculo de las pensiones, de los 25 años actuales a 30 (pudiendo descartar los dos peores). Dice el ministro que así se benefician los trabajador­es con carreras laborales más discontinu­as, si bien salen perjudicad­os aquellos que han ido mejorando su situación laboral con los años. Los sindicatos (y Yolanda Díaz) temen que los efectos sean negativos para la mayoría. Cuesta de entender que Escrivá insista en este punto tan controvert­ido si, como él asegura, tiene un efecto fiscal neutro, es decir, no ayuda a la sostenibil­idad del sistema. Por ello, CCOO y UGT exigen que se retire por innecesari­a. La segunda medida planteada por el ministro, aumentar las bases de cotizacion­es de los salarios más altos, en cambio, sí que aumentaría claramente los ingresos de la Seguridad Social. Lo aprueban los sindicatos en igual medida que lo rechaza la patronal, porque implica aumentar los costes laborales.

Escrivá no puede ignorar los requerimie­ntos de Bruselas, ni puede postergar más una reforma necesaria, pero no es nada convenient­e llevarla a cabo sin el consenso del Pacto de Toledo. La falta de acuerdo social y de avales políticos en este asunto podrían encender la conflictiv­idad y desgastar al Gobierno.

Las propuestas planteadas por Escrivá no convencen a los agentes sociales, pero es necesario abordar fórmulas para la sostenibil­idad del sistema

La opinión del diario se expresa solo en los editoriale­s. Los artículos exponen posturas personales.

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