Gracias, señorita Fina
teponer el trabajo a nuestra salud.
La sociedad actual depende de la cafeína para poder afrontar el día, de las pantallas para estar al corriente y de la comida basura para calmar la ansiedad. La combinación de todos estos factores perjudican nuestro sueño, por lo que quizá deberíamos recuperar hábitos tradicionales como la lectura antes de acostarnos.
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Ahora que han pasado 30 años y ya sé escribir, redacto esta carta para dar las gracias a la que fue mi maestra de P-3 en el parvulario Betsaida de Barcelona, mi señorita, Fina.
Recuerdo como si fuera ayer su afecto, su comprensión, su don para acompañarme en mis miedos y su capacidad para hacerme sonreír. Consiguió que mis inicios en la etapa educativa, lejos de ser traumáticos, fueran realmente inolvidables. Yo sentía verdadera admiración por mi señorita Fina. Y tanto fue así, que, aunque yo tan solo tenía cuatro años y ella quizá rondaba los 50, al enterarme de su viudez llegué a confesarle a mi que estaba dispuesto a casarme con ella para que no estuviera triste. ¡Qué inocencia la mía! Pues no hizo falta enlace para estar unido a ella para siempre en un bonito recuerdo que aún vive tres décadas después.
A lo largo de todos estos años, en mi casa siempre se la ha recordado con cariño, y aún sonreímos cuando hojeamos un álbum de fotos donde ella aparece disfrazada de arcoíris y yo de Papá Noel.
Hace un tiempo, sin esperarlo, recibí un mensaje privado en Facebook que decía: «Hola, Frank, soy la señorita Fina, aún te recuerdo». ¡No me lo podía creer! Treinta años después, ¡era mi señorita Fina! Y sé que si siento esta emoción después de tanto tiempo es porque fue alguien muy importante en aquel momento de mi vida.
Quiero que este agradecimiento sea un homenaje a mi señorita Fina y a todos los maestros y maestras de vocación que dejan huella en «esos locos bajitos a los que por su bien hay que domesticar».
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