El Periódico - Castellano

La Ludwig Band, noche de los milagros en el Apolo

- JORDI BIANCIOTTO Jordi Bianciotto es crítico musical

n la última década, la música catalana moderna se llenó de trompetas y ritmos verbeneros, y ahora mira hacia las urbanidade­s traperas, pero sigue ahí, lista para encenderse en cualquier momento, el hilo de oro que conecta con la narrativa del cantautor y la sonoridad basculante entre el rock y el folk. Algo prodigioso ocurrió años atrás con Manel, y un nuevo espasmo se manifiesta ahora con un grupo inaudito, La Ludwig Band, crecido con el boca a boca, que el jueves se anotó una noche victoriosa en un Apolo con las entradas agotadas desde hacía semanas.

Era el cierre de gira de su segundo álbum, La mateixa sort, y el ambiente era de celebració­n a lomos de ese cancionero desgarbado y entusiasta, con un cabecilla, Quim Carandell, que dylanea a placer en sus inflexione­s vocales dejando un rastro de crónica alegórica con pistas bíblicas. Todo un mundo milagroso, el de La Ludwig Band, que no deja de conectar con una tradición muy catalana: en El fill del rei fue fácil pensar en el Sisa más festivo, o acaso en aquel Rocky Muntanyola que amenizaba las remotas noches de Zeleste.

Todo eso pilla lejísimos a esta tropa de veinteañer­os crecidos entre Barcelona y Espolla (Alt Empordà), que parece haber heredado formas de hacer propias del pasado de un modo algo irreflexiv­o, con ingenio literario y un toque felizmente tarambana. Ahí, más que a Manel, pueden hacer pensar en el descaro libertario de Els Surfing Sirles o en el atolondram­iento free de Very Pomelo. Hay que decir que sus aires despeinado­s

tienen un fondo musical elaborado, con riqueza tímbrica (guitarras, teclados y el toque excéntrico del clarinete y el saxo de Andreu Galofré), y su finalidad es hacer subir al público a su tren de tonadas y crescendos, cantando todos juntos y participan­do de una conmoción colectiva: así fue en el relato torrencial de Tren a València (a cuenta de las tribulacio­nes de un inmigrante albanés) o en los relieves de Les calderes d’en Pere Buteru.

En esa noche de quema de naves contaron con invitados de la familia, como el teclista original, Pau Esteve, el trombonist­a Eneko Urrestaraz­u y las voces de Tarta Relena, que pusieron coros yeyé a la Te’n recordes? y armonías apaciguado­ras en General Mitre. Todo confluyó en su himno último, S’ha mort l’home més vell d’Espolla, canto fúnebre con algarabía y un estribillo listo para seguir flotando sobre nuestras cabezas por tiempo indefinido. Al menos, hasta que La Ludwig Band saque otro disco.

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