El Periódico - Castellano

El Mundial de fútbol escenifica una mayor aceptación de Catar en la región

▶ Los líderes de Arabia Saudí, Egipto y Emiratos han acudido al evento tras dejar de lado el boicot y el aislamient­o durante tres años y medio

- ANDREA LÓPEZ -TOMÀS

La ceremonia de inauguraci­ón del La ceremonia de inauguraci­ón del Mundial de Catar regaló una imagen para la historia. Tres líderes árabes sentados de lado fueron protagonis­tas de una instantáne­a inimaginab­le hace menos de dos años. El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, y el presidente de Egipto, Abdelfatá el Sisi, impulsores del bloqueo a Catar, ahora aplauden a su emir gobernante, el jeque Tamim bin Hamad al Zani.

«Qué bonito es que las personas dejen de lado lo que las divide para celebrar su diversidad y lo que las une al mismo tiempo», celebraba el emir durante su discurso.

Lejos de ser el apestado del Golfo

que fue durante tres años, Catar se convierte en el escenario de apretones de manos y reconcilia­ciones históricas.

Fueron años duros para Catar. Después de dar apoyo a los islamistas que llegaron al poder en Egipto y en otros países tras la Primavera Árabe del 2011, los países vecinos cortaron relaciones diplomátic­as con el emirato y emprendier­on un agresivo boicot.

Las naciones del Golfo Pérsico, con Arabia Saudí a la cabeza, veían esas manifestac­iones como una amenaza a su Gobierno autocrátic­o y hereditari­o. Por ello, las autoridade­s saudís cerraron las fronteras marítimas y la única terrestre y cortaron las rutas aéreas. En enero del año pasado, gracias a la mediación de Kuwait, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Egipto pusieron punto y final al boicot a Catar. Ahora, la pequeña península del Golfo Pérsico es testigo y escenario de las nuevas aparenteme­nte buenas relaciones con sus antiguos enemigos.

MBS, en tribuna

Mohamed Bin Salman, conocido por sus iniciales MBS, viajó con su más elevada delegación a la inauguraci­ón del primer Mundial en una nación árabe y musulmana. También en la tribuna estaban el egipcio Sisi, el gobernante de Dubai y primer ministro de Emiratos, el jeque Mohamed bin Rashid al Maktoum, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Este último, partidario también de los islamistas, brindó un salvavidas vital a Catar durante la crisis.

No había ningún líder occidental en la grada en un gesto más del rechazo a esta Copa del Mundo por el trato a los trabajador­es migrantes, a las mujeres y a la comunidad LGBTQ+ de las autoridade­s catarís. Pero, aún así, el jeque Tamim estaba pletórico. Después de tres años y medio de aislamient­o, el Gobierno de Catar ya no es acusado de apoyar el terrorismo ni de entrometer­se en los asuntos internos de los países vecinos.

Ahora, MBS se viste con una bufanda con los colores de la bandera catarí y su homólogo hace lo mismo con el verde saudí. Mientras, muchos aficionado­s usan Arabia Saudí como base y vuelan cada día a Catar para asistir a los partidos.

Las reservas de Emiratos

También los cercanos Emiratos se están benefician­do de la celebració­n del Mundial en su país vecino en materia hotelera. Pero eso no implica que las relaciones entre los gobiernos fluyan con tanta ligereza como los puñados de aviones diarios que conectan ambos países. Tampoco la cercana Baréin, una isla a apenas 32 kilómetros del juego, quiere tener nada que ver con Catar.

La población bareiní se levantó en masa durante el 2011 para ser rápidament­e aplastada por una enorme violencia de las fuerzas de seguridad y una posterior persecució­n a la disidencia. Tal vez por ello no hay aún vuelos directos entre Baréin y Catar.

Aunque los dirigentes insisten en mostrar su cercanía, la ciudadanía del Golfo sabe que todo lo que sube baja.

En Arabia Saudí, el boicot a Catar coincidió con la mano dura contra la oposición y los defensores de derechos humanos. Muchos activistas saudís fueron encarcelad­os bajo las acusacione­s de simpatizar o tener vínculos con Catar. Algunos aún siguen entre rejas. Así que la población se mantiene cauta al expresar el mismo entusiasmo que sus líderes. Simplement­e, no lo hacen. Pero no muestran reparo en celebrar cada victoria de un equipo árabe, desde Marruecos hasta Arabia Saudí, pasando por Túnez o hasta Catar.

Pese a que el boicot no duró mucho, su agresivida­d separó a pueblos conectados durante siglos por el paisaje, la tradición y el poder. Por ello, volver a un escenario de alianzas necesitará lustros. Aún se resiste la simple aceptación de las autoridade­s emiratís y bareinís. En Catar, de momento, están contentos. El Mundial es un escaparate al mundo y, pese al criticismo inicial, el balón rueda con agilidad por el césped desde hace días. Más allá de las tribunas, esa pasión por admirar a la pelota deslizarse sobre verde puede convertirs­e en otra herramient­a más para que los pueblos del Golfo vuelvan a unirse.

Lejos de ser el apestado del Golfo, el país anfitrión se convierte en escenario de reconcilia­ciones

Pese a que el boicot no duró mucho, volver a un escenario de alianzas necesitará varios lustros

 ?? Hanan Vatsyayana / AFP ?? El emir de Catar, el jeque Tamim bin Hamad al Zani, saluda en el palco durante un partido del Mundial.
Hanan Vatsyayana / AFP El emir de Catar, el jeque Tamim bin Hamad al Zani, saluda en el palco durante un partido del Mundial.

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