La caja de resonancia
El teatro, reflejo de viejas noches de bohemia y glamur, podría lucir más si se le permitiera sacar partido de la sala situada bajo su bóveda, con espectáculos de pequeño aforo y de artistas emergentes.
Un templo de altas torres, con sus musas esculpidas y sus columnas corintias, se alza en el corazón de Barcelona, irradiando un poco de glamur a la Gran Via con ese letrero de bombillas de fantasía que anuncia la atracción del día, como el del Oympia parisiense. No andamos sobrados de bohemia y de noche, en esta ciudad, y el Coliseum nos evoca remotas galas de teatro, cine y música, cuando era posible una extravagancia tal como acudir a un espectáculo nocturno y pretender cenar a la salida. A quién se ocurre: dispérsense, señores, y a dormir.
El caso es que el Coliseum se dispone a cumplir 100 años el año que viene (el 10 de octubre) y sus propietarios, el grupo Balañá, maquinan el modo de hacer compatibles sus múltiples vocaciones: acoger sus temporadas de comediantes y monologuistas (Carlos Latre), sus conferencias motivacionales (Mentes expertas) y, cuando el calendario deja fechas libres, conciertos que permiten otros que se anunciarán.
Pero el Coliseum podría lucir todavía un poco más en su centenario si sacara partido de un espacio extraordinario que se mantiene cerrado desde hace casi 50 años, la cúpula, sala octogonal de columnas pareadas en la que, entre 1936 y 1971, se instaló el Foment de les Arts Decorativas (FAD). Un lugar mágico y olvidado, cuya reactivación depende de permisos consistoriales que Balañá dice haber reclamado en vano a sucesivos gobiernos consistoriales, y que podría acoger espectáculos de pequeño aforo y de artistas emergentes.
No es el único sueño de los responsables del Coliseum: suspiran también porque el ayuntamiento tenga a bien ampliar la acera del teatro, igualándola con la de la Universitat, y evitando situaciones de riesgo cada vez que 1.500 personas desalojan la sala al terminar una obra. En tiempo de superilles, no parece una petición extravagante.
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