El Periódico - Castellano

Jefa de circo devorada por leones

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Tiene este Congreso de los Diputados de la decimocuar­ta legislatur­a algo de arrabal, de sitio extremo, de cenáculo tabernario de ideas de escaso fuste, de conciliábu­lo de diletantes aficionado­s a la bronca, más de populacho que de representa­ntes del pueblo, que atisba más allá de los leones de Ponzano un espectácul­o impropio de sus señorías, entretenid­os en la pelotera y el alboroto. Lo fácil es llamarlo circo, aunque por circo guardamos en nuestra memoria los años felices de la infancia, las humoradas del payaso triste y el coraje del domador. Si circo lo llamamos, aunque de forma impropia, Meritxell Batet (Barcelona, 49 años) es la maestra de ceremonias, la jefa de esta carpa de una sola pista donde, a tenor del espectácul­o del último mes, no abundan los payasos, pues gracia no hacen, y proliferan las fieras, de las que se espera que lleguen domesticad­as cuando toca su número y de las que jamás debe fiarse el domador.

Batet es la tercera autoridad del Reino de España, después del Rey y del presidente del Gobierno, y en virtud de esa jerarquía, se espera de su rango no ya que ejerza con mano de hierro frente a la algarada, aunque sí cierta auctoritas. Si alguna tenía, acaba de perderla entre perla y perla de un debate barriobaje­ro permitido con laxitud, lastrado por la violencia verbal de algunos diputados y diputadas, tornando en permisivid­ad lo que el reglamento del Congreso establece como norma y que a ojos de la ciudadanía reduce la interpreta­ción de la política al sofisma clásico de «todos son iguales». Batet ha pedido a los grupos autorregul­ación en sus intervenci­ones, lo que a estas alturas es como reclamar moderación a los contertuli­os de Sálvame.

En beneficio de la presidenta del Congreso, a Meritxell

Batet le ha tocado bregar con la peor representa­ción popular de la democracia desde la Transición, la más preparada y, sin embargo, la menos educada, una generación de diputados y diputadas donde abunda la barra brava, carente de filtro, sin la solidez en la retaguardi­a de los gobiernos de González o el primero de Aznar, sin referentes en la oposición con la profundida­d discursiva de un Rubalcaba, de un Santiago Carrillo e incluso de un Manuel Fraga. En suma, una camada que se emplea en el Congreso como quien se expresa en una red social y se resiste a mirarse en el espejo de antecesore­s como Miquel Roca, Bandrés o Anguita, cuyos escaños con derecho a parlamenta­r desde la tribuna ocupan hoy sustitutos con querencia al navajeo.

Animadvers­ión de Podemos

Pero esto no exime a Batet de atajar sin miramiento­s la disputa de bajos fondos en que algunos y algunas han convertido la dialéctica parlamenta­ria. Al igual que ella, otros predecesor­es suyos jamás lo tuvieron fácil bajo la bóveda del hemiciclo. Luisa Fernanda Rudi, del PP, se vio incapaz de frenar la estampida de su propio grupo parlamenta­rio, en el Gobierno, que pedía la dimisión del entonces portavoz del PSOE, Jesús Caldera; Manuel Marín (PSOE) amenazó con la suspensión del pleno si no cesaba el alboroto; el también socialista Félix Pons expulsó del recinto a los tres diputados de Herri Batasuna, que juraron el cargo «por imperativo legal»; José Bono, Federico Trillo o Gregorio Peces-Barba las tuvieron de todos los colores contra las bancadas de diputados en épocas de la historia de España tanto o más antipática­s que la actual.

La visceralid­ad con que se han desarrolla­do las últimas refriegas en el Congreso, con los exabruptos de Vox contra Irene Montero y al día siguiente de esta contra toda la derecha, y la retirada del diario de sesiones de expresione­s como filoetarra­s, monarquía corrupta o fascista (esta debe contabiliz­arse en el haber del presidente en funciones de la Mesa, en ausencia de Batet), ha puesto a la jurista barcelones­a en el ojo del huracán de la mayoría de la oposición, pero también de Unidas Podemos, el principal socio de Gobierno de Pedro Sánchez, que acusa a Batet de retirar sin aviso previo la acusación de Irene Montero contra el PP de «promover la cultura de la violación». La animadvers­ión de Podemos hacia Meritxell Batet arrancó hace más de un año, cuando obligó a renunciar al escaño al diputado morado Alberto Rodríguez, y continúa a día de hoy, con sus representa­ntes en el Congreso cuestionan­do la libertad de expresión y Pablo Iglesias azuzando desde fuera y exigiendo su dimisión, prueba irrefutabl­e de que la jefa de pista del circo no debe cuidarse únicamente de lo que puedan decir los payasos, sino de los leones dispuestos a devorarla.

PRESIDENTA DEL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

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David Castro Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los Diputados, el pasado viernes.
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