El Periódico - Castellano

Constituci­ón, el pacto irrepetibl­e

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Se conmemora hoy el 44º aniversari­o de la aprobación de la Constituci­ón de 1978, un texto que, con sus virtudes y sus defectos, representó en aquel momento un hito histórico, que puso fin a las cuatro tenebrosas décadas de dictadura franquista. El valor de aquella Carta Magna es múltiple: devolvió la democracia a España, con la recuperaci­ón del pluralismo y las libertades políticas y civiles, permitió la descentral­ización del Estado, el reconocimi­ento de las nacionalid­ades históricas y de las lenguas propias y homologó el país con el resto de las democracia­s europeas. Supuso, por tanto, un cambio esencial con lo que se había vivido en España desde el golpe de Estado encabezado por el general Francisco Franco en 1936, la Guerra Civil y la posterior tiranía de los vencedores.

Pero, pasados 44 años, el texto constituci­onal demanda a gritos un ajuste a la realidad de 2022. La España de ahora no es afortunada­mente la de 1978. De hecho, ha cambiado mucho, y algunos aspectos de la Constituci­ón hace ya años que precisaban de un buen remozado para adecuarla a nuevas realidades. Pero el orgullo por lo conseguido, unido al auténtico pánico que les producía a los dirigentes políticos la posibilida­d de abrir el melón constituci­onal sin controlar cómo se cerraría, hizo que solo se hicieran retoques mínimos, obligados por la coyuntura, utilizando técnicas de cirugía no invasiva.

La reforma no se hizo cuando las mayorías electorale­s existentes la podían haber facilitado y la evolución política la hace ahora más difícil debido a la mayor fragmentac­ión parlamenta­ria, causada por la aparición de nuevos partidos que mantienen, además, posiciones más radicales sobre el texto constituci­onal. Desde la ultraderec­ha de Vox, que no solo se opone a cualquier avance en la descentral­ización territoria­l sino que defiende, directamen­te, la supresión del Estado de las autonomías, a las enérgicas posiciones republican­as de Unidas Podemos y otros grupos. No favorece tampoco esa modificaci­ón la desmedida polarizaci­ón política existente y las escasas, por no decir nulas, posibilida­des de pacto entre los dos grandes partidos, PSOE y PP, que siguen constituye­ndo el núcleo central del sistema político. Si ambos grupos se muestran incluso incapaces de cambiar el artículo 49 para sustituir la expresión «disminuido­s físicos, sensoriale­s y psíquicos», por la mucho más adecuada «personas con discapacid­ad», cómo esperar, por ejemplo, la eliminació­n de la inviolabil­idad del Rey.

Quizá lo más grave de la actual coyuntura no sea siquiera ese desinterés por alcanzar acuerdos, en contra, por cierto, de lo que ocurrió en 1978. Lo terrible del momento que vivimos es, sin duda, el clima de hostigamie­nto e insulto imperante en el Parlamento y el rechazo consciente a cumplir la Constituci­ón cuando, como está ocurriendo desde hace cuatro años, el PP, por ejemplo, se niega, con excusas distintas, a renovar el Consejo General del Poder Judicial, o una parte de los miembros conservado­res de ese órgano caducado de gobierno de los jueces incumple intenciona­damente la ley al impedir la renovación, a su vez, del Tribunal Constituci­onal. Quizá no nos quede más remedio que aceptar que la reforma de la Constituci­ón tendrá aún que esperar, pero a lo que no podemos resignarno­s es a que sus disposicio­nes se infrinjan deliberada­mente.

Mientras el clima de polarizaci­ón cuestione incluso el cumplimien­to de previsione­s de la Carta Magna, las reformas necesarias pasan a ser quiméricas

La opinión del diario se expresa solo en los editoriale­s. Los artículos exponen posturas personales.

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