Entre la samba y la tumba
Para los brasileños, el Mundial no es el Mundial si no la Copa del Mundo. Es otra cosa, más simbólica, con más pedigrí. Proviene muy probablemente del mítico triunfo de 1958 en Suecia. Un joven Pelé debutó con la selección y Brasil se rehizo del batacazo del maracanazo de 1950. Fue el primer campeonato de la que había de ser pentacampeona con el tiempo, y de ahí nació una deliciosa samba, compuesta por Maugen, Pagõ y Müller,
A Taça do Mundo é nossa.
Años después, llegó la tercera, puede que la más bella de todas, en el Mundial de México 70. Ahí es nada: Gérson, Jairzinho, Carlos Alberto, Rivelino y, entre otros, por supuesto, Pelé. Brasil ganó en propiedad la Jules Rimet tras un 4-1 a la prodigiosa Italia de Luigi Riva en la final de más altura de todos los tiempos. Al cabo de poco, en La Fusa, un bar de Buenos Aires,Vinícius de Moraes, Maria Creuza y Toquinho grababan en directo un álbum colosal. Una de las piezas fue una versión reducida de la
Taça... que ellos convirtieron en
Copa do Mundo é nossa. La letra sigue así: Com a brasilerio nâo há quem possa, sambando com a bola no pé (No hay quien pueda con un brasileño, bailando samba con el balón en los pies).
Funeral antes de tiempo
ANo hay quien pueda con el balón en los pies. El Mundial es una màquina que crea mitos y relatos como ninguna. Pelé, por ejemplo, no habria sido Pelé sin los Mundiales que ganó. Sin jugar en Europa, con su carrera en el Santos y el final de etapa en aquel Cosmos de mentirijillas, no habría llegado a la cima de los elegidos.
La Copa del Mundo le encumbró. Pero resulta que Edson Arantes do Nascimento hizo lo propio con la Copa. Nada fue igual desde que aquel adolescente se vistió con la elástica verdeamarela. Ahora, la FIFA le montó el sábado un funeral antes de tiempo con drones sobrevolando el cielo de Doha mientras la Perla Negra se debate entre la samba y la tumba. Puestos a pensar en el más allá, sin embargo, qué mejor que decir adiós durante un Mundial.
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