El botellón que no cesa indigna a los vecinos del Triángulo Golfo
«De miércoles a domingo seguimos sin poder dormir», afirma un residente en Pere IV, que asegura que todas medidas que ha adoptado hasta ahora el ayuntamiento han sido inútiles.
Los vecinos del Triángulo Golfo de Poblenou –el Ayuntamiento de Barcelona lo llama el Triángulo lúdico– están tan cabreados o más que en primavera y en verano, cuando sus denuncias contra el ruido que vive la zona de noche la mayoría de los días a causa de los botellones arreciaron. Organizados en la plataforma SOS Triángulo Golfo, sus protestas generaron respuestas del consistorio: instaló sonómetros, obligó a tiendas a cerrar más pronto para que los participantes en los botellones no pudieran comprar allí sus bebidas, aseguró que impondría multas, incluidas las de mayor cuantía, y anunció la presencia de mediadores en esta parte del distrito de Sant Martí. Apenas nada ha cambiado, afirman los vecinos, que sostienen que las medidas no han servido para nada, aunque de algunas subrayan que no se han llegado a aplicar: los mediadores, dicen, nunca se han puesto en contacto con ellos. Ni siquiera el frío, del que se esperaba que disuadiera a los botelloneros, ha servido para eso. En gran parte porque el general invierno, que tantas guerras ha ganado, es ahora en Barcelona un sargento chusquero: «Si están ahí sentados en manga corta», subraya Jero Lorenzo, educador social y miembro de SOS Triángulo Golfo: «La semana pasada ha habido gente casi todos los días. El frío ya no nos ayuda. De miércoles a domingo, seguimos sin poder dormir». Lorenzo resume la suma de decepciones, que no son pocas. De hecho, admite que algo se ha intentado, pero sin éxito. La semana pasada, en el pleno del distrito de Sant Martí, su concejal, David Escudé, anunció que se ponía en marcha un proyecto de baldeo nocturno que persigue liberar la vía de las concentraciones nocturnas.
Desplazar el problema
La previsión era que el agua regara la zona cero de la contaminación acústica: Pere IV entre Pamplona y Àlaba. Y así se ha hecho. En distintos horarios: a las 23.30, a las 0.15, a las 1.15, a las 2.15 y a las 3.30 horas. El viernes pasado fue el primer día de aplicación del plan. «Les dijimos que agradecemos iniciativa, pero que la próxima vez consulten estos proyectos con los vecinos, que son los que conocen la realidad cotidiana. Porque pensábamos que lo único que se lograría sería desplazar el botellón a calles cercanas, como así ha sido», explica Lorenzo.
Los que se ven afectados por el manguerazo en Pere IV se van a las calles de Pamplona, Pallars y Almogàvers. «Seguimos pensando que con prevención todo esto no haría falta. En lugar del baldeo sería necesario un coche de la Guardia Urbana que requise alcohol, multe e identifique al primer grupo que se sienta en la calle», advierte. Sobre si se ha impuesto multas más elevadas, como anunció la propia Ada Colau en una visita a la zona, Lorenzo se muestra hastiado: «No queremos entrar en el tema de la cuantía de las multas si no se aplican. Porque la mayoría de las veces, la Urbana no interviene». También descarta que las mediciones de sonido impulsadas por el ayuntamiento hayan servido para algo: «Tampoco vamos a perder tiempo con los sonómetros. Cualquier persona que venga no necesita sonómetros para ver que hay un problema».
Sobre el cierre anticipado de tiendas, declara: «Es un parche, porque el 90% de la gente ya viene con su alcohol de fuera». Y concluye: «No estamos mejor que en verano. Y como hay permisividad, cada vez hay más gente. Y aunque fuera la misma o un 10% menos sería igual de insostenible». Enrique Castro está bastante harto de la situación. No solo porque cree que los problemas no han menguado desde verano, cuando los relató en un diario: «El tema del ruido esta igual». Además, Castro se ha topado ahora con otro obstáculo: ayer recibió un burofax de la propiedad de la vivienda que alquila en Pere IV. «Me tengo que ir del piso en febrero. Habrán pasado 20 años y seis días desde que llegué» «Es una zona muy golosa», añade. Hace poco falleció una vecina de la calle de Pujades: «En dos semanas el piso estaba alquilado por 1.600 euros mensuales. La pregunta ya no es por qué ponen esos precios. La pregunta es quién puede pagarlos». ■
El cierre anticipado de tiendas, el baldeo de calles y los sonómetros no acaban con el ruido