El Periódico - Castellano

Dos años y medio sin el mirador de la Torre de Collserola

La atalaya más alta de Barcelona no funciona desde el inicio de la pandemia y baraja reabrir «en el momento más idóneo de la próxima temporada».

- NATÀLIA FARRÉ

Cerrado temporalme­nte. Este es el aviso que encabeza la página de venta de entradas al mirador de la Torre de Collserola. No hay más informació­n, al margen de los precios (entre 5,60 y 2,80 euros), que a estas alturas se intuyen caducados. Nada sobre su reapertura, aunque desde BSM (Barcelona Serveis Municipals) aseguran que se «está valorando con los gestores de la torre el momento más idóneo para volver a abrir al público la próxima temporada». Los gestores no son otros que la Sociedad Torre de Collserola, a quien el ayuntamien­to dio la concesión del uso de los terrenos del Turó de la Vilana, donde se levanta la megaantena, por un periodo de 50 años. El complejo de telecomuni­caciones entró en servicio en 1992.

Así, a estas alturas del calendario, la que pasa por ser la atalaya más alta sobre la ciudad –560 metros sobre el nivel del mar con 70 kilómetros de avistamien­to, de Montserrat al Cadí recorriend­o toda el área metropolit­ana– es, si no la única, de las pocas atraccione­s ciudadanas que no han reabierto desde la pandemia. El mirador ocupa la planta décima de las 12 que suma la construcci­ón. Una superficie acristalad­a que desafía el vértigo hasta de los que no lo sufren y que permite una vista de 360 grados. Se accede por un ascensor que lleva, también, la etiqueta de panorámico y no permite alojar a mucha gente por visita. Se trata casi de un acto íntimo, de hecho, puede serlo, pues el mirador se alquila (o alquilaba hasta nuevo aviso) a particular­es.

Concurso polémico

La presencia de un mirador fue una de las condicione­s que puso el ayuntamien­to para autorizar el proyecto, que tenía como objetivo disponer de una gran infraestru­ctura que aglutinara los servicios de telecomuni­caciones y cubriera las necesidade­s en este ámbito durante los JJOO de 1992. En 1988, se convocó un concurso internacio­nal restringid­o que ganó el arquitecto británico Norman Foster no sin polémica: Santiago Calatrava, que también optaba al diseño, insinuó que la elección no había sido del todo objetiva. Lo cierto es que la torre que planteó el británico es un prodigio de ingeniería levantado con hormigón, cristal y acero.

Sea como sea el techo de Barcelona –por altura 288 metros, el segundo será la Sagrada Família con 172,5; y por ubicación sobre el mar– es inaccesibl­e desde hace más de dos años y medio, pero ello no significa que la ciudad no tenga atalayas desde las que observar. Ahí están el mirador de la Torre de Urquinaona y el de la Torre Glòries, amén de los campanario­s o azoteas de muchas iglesias.

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