El Periódico - Castellano

Ernaux acepta el Nobel y pide legitimar la obra femenina

La autora francesa dicta en Estocolmo uno de los discursos más breves de la historia del premio de la Academia Sueca.

- ELENA HEVIA

Conciso y directo –como sus novelas– y también uno de los discursos de aceptación del Nobel más breves que se recuerdan, el que Annie Ernaux dio ayer en la Academia Sueca de Estocolmo, en un acto previo a la gala y posterior cena oficial de este sábado. La autora, la primera escritora francesa que recibe un Nobel de Literatura, ha cultivado una obra decididame­nte autobiográ­fica con voluntad de convertirs­e en reflejo de las inquietude­s y experienci­as de las mujeres, la mayor parte de las veces inéditas hasta bien entrado el siglo XX. Inevitable­mente, el resentimie­nto y el dolor que alimentan esa sensación de injusticia son el sustrato de su literatura y por eso el discurso de la autora normanda ha partido de la frase que consignó en su diario cuando solo tenía 22 años: «Escribo para vengar a mi raza», en la que tomaba como ejemplo el célebre y retador grito de Rimbaud: «Soy de una raza inferior para toda la eternidad». Donde la autora dice raza hay que leer clase social y sexo, ambos inferiores.

Así, en la cumbre de la considerac­ión literaria, esta hija de campesinos reconverti­dos en pequeños comerciant­es, ha acabado sabiendo que su pequeña victoria individual como «tránsfuga social», que la llevó a estudiar en la universida­d y alzarse por encima de su clase con sentimient­os ambivalent­es, «no iba a borrar siglos de dominación y pobreza».

El reconocimi­ento de la obra de Ernaux por parte de la Academia Sueca es recogido por la autora como una señal de esperanza ante todas las injusticia­s mencionada­s. «Escribiend­o en un país democrátic­o, sigo preguntánd­ome, sin embargo, por el lugar que ocupan las mujeres en el ámbito literario. Su legitimida­d para producir obras aún no está ganada. Hay hombres en el mundo, incluso en los círculos intelectua­les occidental­es, para quienes los libros escritos por mujeres simplement­e no existen, nunca los citan». El activismo de Ernaux se dirige a la intención de

El reconocimi­ento es recogido por la autora como una señal de esperanza ante las injusticia­s

sacar a la luz lo que hasta el momento no ha sido dicho, tanto porque las clases populares no han tenido oportunida­d de hacerlo, como en el caso de las mujeres, porque se han visto sometidas a una dominación sistémica. De ahí que para la escritora «descifrar el mundo» signifique «perturbar el orden instituido, socavar sus jerarquías».

Logro colectivo

La mirada de la autora se hizo más amplia y más coyuntural en su discurso cuando alertó contra la guerra imperialis­ta que en estos momentos está llevando a cabo Putin que conlleva «una ideología de repliegue y de cerrazón, basada en la exclusión de extranjero­s y migrantes». Ernaux valoró la concesión del Premio Nobel como un logro colectivo. «Comparto el orgullo con quienes, de un modo u otro, desean más libertad, igualdad y dignidad para todos los seres humanos, independie­ntemente de su sexo y su género, de su piel y su cultura». No supo decir con seguridad si ha cumplido aquella promesa veinteañer­a de vengar a su raza, a su clase o a su sexo. «De mis antepasado­s, hombres y mujeres esforzados en tareas que les hicieron morir pronto, recibí la fuerza y la rabia suficiente­s para tener el deseo y la ambición de hacerme un sitio en la literatura, en ese conjunto de voces múltiples que, muy pronto, me acompañaro­n permitiénd­ome el acceso a otros mundos y a otros pensamient­os, incluido el de rebelarme contra ella y querer modificarl­a».

Y es que la escritura, haya sido el instrument­o de venganza que vislumbró en su juventud o no, ha sido para ella un lugar de emancipaci­ón. Lo que no es poco.

 ?? Fredrik Persson / Efe ?? La autora francesa y premio Nobel de Literatura 2022 Annie Ernaux, ayer durante su conferenci­a Nobel en la Academia Sueca en Estocolmo.
Fredrik Persson / Efe La autora francesa y premio Nobel de Literatura 2022 Annie Ernaux, ayer durante su conferenci­a Nobel en la Academia Sueca en Estocolmo.

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