Machismo arraigado
Vivimos en una sociedad donde las conductas machistas están tan arraigadas que muchas de ellas pasan desapercibidas.
Como mujer, ¿por qué tengo que aguantar que un desconocido me diga una grosería por la calle y, si le contesto, se encare conmigo? ¿O por qué tengo que aguantar que un hombre fije su mirada en mi pecho mientras mantenemos una conversación, o que un jefe me diga que si me pinto los labios de rojo, distraigo?
Son actitudes abominables que todavía sufrimos muchas mujeres a diario. Estamos rodeadas: somos cuestionadas si alcanzamos un determinado puesto profesional, somos cuestionadas si vestimos de una manera poco femenina, o si nos cortamos el pelo «como los chicos», aunque si un hombre se deja el pelo largo no se cuestiona su masculinidad. Por no hablar de los micromachismos que se viven en los restaurantes, que creo que no dejan de ser un fiel reflejo de lo que una sociedad marca. Es indignante que si voy con mi marido a cenar y pedimos una cerveza y un vino, el vino me lo pongan a mí. ¿Las mujeres no podemos beber cerveza? O, si pedimos carne y pescado, el pescado me lo ponen a mí. ¿Las mujeres no podemos comer carne? O lo mejor: si yo, mujer, pido la cuenta, se la dejan a mi marido. Pero si la he pedido yo, ¿qué problema hay? ¿Las mujeres no ponemos pagar una cuenta?
En fin, todavía nos queda mucho camino por recorrer.
■