BARRACA Y TANGANA La lagrimita
Como soy una persona muy ocupada, el martes, cuando Marruecos tumbó a España, preparé un meme titulado Bingo de la España eliminada. Incluí todas esas frases que íbamos a escuchar seguro, junto a la máquina del café, sin remedio ni escapatoria, a la siguiente mañana. Como soy una persona madura, descargué una plantilla que había buscado en Google, desatendí a mis hijos un rato y empecé a teclear ‘Sin 9 no se puede jugar’. Seguí con frases tan inapelables como ‘Ha faltado el gol’ o ‘Si no chutas no puedes marcar’ e incluí ‘Los niños de ahora viven demasiado bien’ y ‘Los chavales solo juegan a la Play’, porque los niños y los chavales algún recado siempre se tienen que llevar.
Las 25 frases que escribí en el meme -‘Nos falta un Messi o un Mbappé’- me persiguieron durante toda la semana. Alguna me venía a la mente cada vez que alguien sacaba el tema del Mundial o me preguntaba por España. Es difícil explicar este tipo de fiascos sin caer en el cliché -‘Mucho tiki-taka para nada’-. Recordé también un artículo que escribí después de la eliminación en el Mundial de Rusia y en bastantes aspectos no necesitaría cambiar casi nada. Sobre todo en la parte del meollo que para mí es fundamental: es extrañísimo el fútbol a partir de cierta edad, cuando ya no es asunto primordial ni obsesión vital, cuando asumes que si ganas, pues bien, y si no ganas tampoco pasa nada.
Es extrañísimo, cuando fuiste un niño megafutbolero, estar viendo un cruce de España en un Mundial y estar más aburrido que nervioso. Estar más distraído que tenso. Estar más cansado que cualquier otra cosa. Es tan extraño que a ratos piensas que igual el fútbol ya no te importa, que quizá te hayas curado. Pero luego acaba el partido, pasa sin goles la prórroga y el portero rival desvía el penalti definitivo en la tanda. Asumes que no hay vuelta atrás y de repente estás un poquito triste y todavía más cansado. Es más de noche y sabes que la pena te va a acompañar hasta que te marches a la cama. De repente entiendes que el fútbol no te importa igual, quizá, pero todavía te importa.
El martes, mi hijo Teo fue consciente por vez primera de una eliminación mundialista. En televisión encadenaron varios planos de decepción de aficionados y jugadores, y amagó con la lagrimita a mi vera. Le expliqué rápido que no se preocupara, que su abuelo tardó casi 60 años en ver ganar un Mundial a España, y como el niño nos ha salido bueno en cálculo mental hizo sus cuentas y pasó página.
Teo, que tiene 6 años, llevaba unas semanas muy futbolero y se vino muy arriba con el 7-0 del primer partido a Costa Rica. Ahí, como padre experto en fracasos y derrotas, dudé si debía contarle que era la excepción o dejar que fuera feliz. Dudé si debía contarle la verdad o aplazársela. Dudé incluso si ir más allá, ampliar la lección y decirle ‘oye, Teo, tu vida hasta ahora es como el 7-0 a Costa Rica, pero cuando crezcas se irá complicando el asunto y perder es lo normal, y a menudo una mierda’. Dudé, pero al final solo le enseñé algunas frases del memebingo para que se defienda como un tertuliano en las discusiones del patio del colegio. ¿Cuándo hay que contarles la verdad de los Mundiales y de la vida? Cuando tienes hijos eso nadie te lo explica.
■