Del «desconocimiento» a la «cultura política»
¿Por qué no publican su agenda de reuniones los políticos catalanes si están obligados a ello? Los expertos explican que hay cuatro elementos clave como respuesta, incluida la confusión sobre qué es un lobi.
¿Estamos delante de una cuestión de falta de disciplina y de fiscalización? ¿Es vocación de ostracismo? ¿Hay otros elementos que favorecen el incumplimiento? Los expertos consultados por EL PERIÓDICO apuntan a cuatro elementos clave para responder por qué los diputados del Parlament no publican su agenda de reuniones. Ahí van: una falta de cultura política, el «desconocimiento» y la confusión sobre qué es un lobi y cómo actúa, el hecho de que el incumplimiento no tenga consecuencias, y el sistema electoral, en el que tienen peso los grupos parlamentarios y no el diputado de forma individual.
Lo que pasa en el Parlament de Catalunya no es un hecho aislado en el Estado y sería impensable que esta situación se diera en países como Reino Unido. «Somos más laxos porque nuestra cultura política no tiene tanto desarrollo», argumenta Paola Cannata, politóloga y responsable de estrategia y alianza de Political Watch, que considera necesario que el papel de los lobis se regule. «Forma parte del juego democrático del poder. La influencia se debe hacer de forma transparente y no opaca», sostiene. De hecho, tomando como ejemplo el Reino Unido, el politólogo y profesor de la UPF Toni Rodon apunta que allí los electos «lo reportan todo», incluso los regalos o las invitaciones a comer.
El politólogo y profesor en la universidad Carlos III de Madrid Pablo Simón añade que la transparencia implica asumir que hay que rendir cuentas ante el electorado, que se enfada si no se produce un comportamiento ejemplar. «Esto aquí no pasa, no se sale a la calle por polémicas sobre las dietas de los diputados como sí hacen los británicos», sostiene.
Que no haya esa necesidad de rendir cuentas está vinculado al sistema electoral de listas cerradas, en los que es el grupo parlamentario y no el diputado quien tiene el foco. «Reportar la agenda debería ser una manera de enseñar que has trabajado», sostiene Rodon. Sin embargo, las reuniones con los grupos de interés aquí, a diferencia de otros países, tiene una «connotación negativa» porque se interpreta como exhibir quién influye en las decisiones.
Rendir cuentas
«La rendición de cuentas que hace es ante el partido», argumenta Simón, que añade que también es necesaria «más cualificación técnica» en las cámaras legislativas para que los electos tengan herramientas a la hora de gestionar las presiones externas. En todo caso, apunta que se tienden a desarrollar normativas de control sobre los parlamentos cuando, en realidad, el margen de los diputados para influir «es muy limitado» y los lobis inciden, especialmente, en el poder ejecutivo y en la administración pública.
Una de las principales dificultades es la falta de comprensión de qué es un lobi y el hecho de que se trata, explica Cannata, de una palabra «muy denostada» porque el imaginario colectivo los asocia a grandes corporaciones con voluntades oscuras y no a finalidades nobles. «Existen también muchos intereses sociales y todos los actores deben estar presentes», defiende la politóloga.
«Por pequeño que sea, un grupo que tiene interés en, por ejemplo, potenciar la bicicleta, también busca influir», relata el politólogo de la UPF. Simón, incluso, se muestra partidario de desbancar la palabra lobi y apostar por el concepto grupo de interés.
Con este magma de razones asociadas a la cultura política, los politólogos concluyen que, si no hay fiscalización y no se aplican sanciones, aún es más difícil que haya disciplina.
«La ley catalana de transparencia es un espejo donde mirarse, pero la norma no basta por sí sola, tiene que tener mecanismos para ser efectiva y estar desarrollada», concluye Paola Cannata.
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