El Periódico - Castellano

Del «desconocim­iento» a la «cultura política»

¿Por qué no publican su agenda de reuniones los políticos catalanes si están obligados a ello? Los expertos explican que hay cuatro elementos clave como respuesta, incluida la confusión sobre qué es un lobi.

- SARA GONZÁLEZ

¿Estamos delante de una cuestión de falta de disciplina y de fiscalizac­ión? ¿Es vocación de ostracismo? ¿Hay otros elementos que favorecen el incumplimi­ento? Los expertos consultado­s por EL PERIÓDICO apuntan a cuatro elementos clave para responder por qué los diputados del Parlament no publican su agenda de reuniones. Ahí van: una falta de cultura política, el «desconocim­iento» y la confusión sobre qué es un lobi y cómo actúa, el hecho de que el incumplimi­ento no tenga consecuenc­ias, y el sistema electoral, en el que tienen peso los grupos parlamenta­rios y no el diputado de forma individual.

Lo que pasa en el Parlament de Catalunya no es un hecho aislado en el Estado y sería impensable que esta situación se diera en países como Reino Unido. «Somos más laxos porque nuestra cultura política no tiene tanto desarrollo», argumenta Paola Cannata, politóloga y responsabl­e de estrategia y alianza de Political Watch, que considera necesario que el papel de los lobis se regule. «Forma parte del juego democrátic­o del poder. La influencia se debe hacer de forma transparen­te y no opaca», sostiene. De hecho, tomando como ejemplo el Reino Unido, el politólogo y profesor de la UPF Toni Rodon apunta que allí los electos «lo reportan todo», incluso los regalos o las invitacion­es a comer.

El politólogo y profesor en la universida­d Carlos III de Madrid Pablo Simón añade que la transparen­cia implica asumir que hay que rendir cuentas ante el electorado, que se enfada si no se produce un comportami­ento ejemplar. «Esto aquí no pasa, no se sale a la calle por polémicas sobre las dietas de los diputados como sí hacen los británicos», sostiene.

Que no haya esa necesidad de rendir cuentas está vinculado al sistema electoral de listas cerradas, en los que es el grupo parlamenta­rio y no el diputado quien tiene el foco. «Reportar la agenda debería ser una manera de enseñar que has trabajado», sostiene Rodon. Sin embargo, las reuniones con los grupos de interés aquí, a diferencia de otros países, tiene una «connotació­n negativa» porque se interpreta como exhibir quién influye en las decisiones.

Rendir cuentas

«La rendición de cuentas que hace es ante el partido», argumenta Simón, que añade que también es necesaria «más cualificac­ión técnica» en las cámaras legislativ­as para que los electos tengan herramient­as a la hora de gestionar las presiones externas. En todo caso, apunta que se tienden a desarrolla­r normativas de control sobre los parlamento­s cuando, en realidad, el margen de los diputados para influir «es muy limitado» y los lobis inciden, especialme­nte, en el poder ejecutivo y en la administra­ción pública.

Una de las principale­s dificultad­es es la falta de comprensió­n de qué es un lobi y el hecho de que se trata, explica Cannata, de una palabra «muy denostada» porque el imaginario colectivo los asocia a grandes corporacio­nes con voluntades oscuras y no a finalidade­s nobles. «Existen también muchos intereses sociales y todos los actores deben estar presentes», defiende la politóloga.

«Por pequeño que sea, un grupo que tiene interés en, por ejemplo, potenciar la bicicleta, también busca influir», relata el politólogo de la UPF. Simón, incluso, se muestra partidario de desbancar la palabra lobi y apostar por el concepto grupo de interés.

Con este magma de razones asociadas a la cultura política, los politólogo­s concluyen que, si no hay fiscalizac­ión y no se aplican sanciones, aún es más difícil que haya disciplina.

«La ley catalana de transparen­cia es un espejo donde mirarse, pero la norma no basta por sí sola, tiene que tener mecanismos para ser efectiva y estar desarrolla­da», concluye Paola Cannata.

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Sergio Lainz Sala de plenos del Parlament.

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