El Periódico - Castellano

«Por ser gay, mis padres me aplicaron electrocho­ques»

Enric y Ramon vivieron la represión franquista y familiar, y ahora, en la vejez, se enfrentan a la soledad y a las estafas amorosas. Se conocen desde hace apenas un año, pero son como dos hermanos inseparabl­es.

- E. C.

ves a los talleres de grupo», cuenta, más animado.

San Rafael aún recuerda cuando Román se montaba en un tren de Rodalies y se pasaba los días de un lado para otro para no estar en casa. «Hacemos diferentes acciones, la intención es que se relacionen con otras personas y con el tiempo hagan amigos, tengan alguien con quien hablar», describe el coordinado­r. También hay voluntario­s que se encargan de llamar a diario a las personas que necesitan más atención y, si se da el caso, les visitan en las residencia­s donde viven. Además, ofrecen los servicios de un psicólogo, una trabajador­a social y un abogado tres veces por semana.

¿Un abogado para qué? «Es muy habitual que estas personas sufran estafas. Pasa mucho con la gente mayor pero con ellos, además, se aprovechan en el tema de las relaciones sexuales», cuenta San Rafael.

«Siguen siendo personas sexualment­e activas, pero hay personas que están solas, conocen a alguien más joven, se enamoran y se acaban aprovechan­do de ellos... Nosotros les avisamos aunque muchos no quieren verlo. Se llevan muchos desengaños, se creen que es un flechazo pero no lo es», sigue el coordinado­r. Una vez al año les visitan los Mossos d’Esquadra para informarle­s del tema. El coordinado­r también explica que las mujeres lesbianas sufren más problemas de salud reproducti­va que el resto de las mujeres de su edad heterosexu­ales.

«Dejaron de ir al ginecólogo porque pensaron que al no tener hijos no hacía falta, el sistema las invisibili­zó», sostiene.

Y también sufren afectacion­es en la salud y el envejecimi­ento las personas trans. «Muchas empezaron tomando hormonas que conseguían en el mercado negro, que no estaban homologada­s. Otras tuvieron que prostituir­se y acabaron en el consumo de drogas porque las expulsaron de todo su entorno y no podían ni trabajar ni estudiar. El resultado es una esperanza de vida mucho más corta», prosigue.

Recuperar la red social

El de Enllaç es el único centro diurno para mayores LGTBI que existe en Catalunya. Asisten unas 40 personas cada semana. Y cuenta muchas historias de éxito. «Que vengan cada semana y que conozcan otra gente les ayuda a retomar la red social. Luego se juntan y hacen cosas: van al cine, de excursión... Y si alguien tiene problemas les pueden ayudar», asegura.

Uno de los usuarios de Enllaç tuvo que ingresar en una residencia. «Y ahora el resto del grupo le va a visitar a menudo», cuenta el responsabl­e.

San Rafael pide más medios, pero sobre todo que esta tipología de centros se puedan ampliar en el resto de Catalunya. El Govern ya presentó una campaña para evitar la discrimina­ción en los geriátrico­s, pero el trabajo, piden desde Enllaç, debe ir más allá. Román está muy satisfecho con haber descubiert­o a la entidad, y lamenta que haya tantas personas como él que estén en casa, solos y angustiado­s.

«Yo he mejorado mucho. Tengo mis subidas y bajadas, como todo el mundo, pero al menos estoy más tranquilo, voy mejorando», agradece.

■ «Para mí conocer a Ramon en la fundación Enllaç ha sido imprescind­ible para seguir viviendo, es como mi hermano», explica Enric Mur, jubilado de 68 años que se ha pasado media vida escondiend­o su orientació­n sexual para evitar el rechazo. Le escucha atentament­e Ramon Ferrándiz, profesor de Bellas Artes ya retirado, de 66 años, que admite, sin tapujos, tener ganas de suicidarse pero no ser valiente para hacerlo. Se funden en un abrazo en la sede de la Fundació Enllaç, la entidad donde coinciden desde hace menos de un año, y donde han encontrado amigos y actividade­s para realizar con total libertad. Hablan de la soledad que sufren con mayor intensidad las personas del colectivo LGTBI al llegar a la tercera edad, así como de los problemas que tienen para enamorarse debido a las estafas y engaños amorosos

La historia de Enric Mur está teñida de dolor y libertad. «Él es como un Ave Fénix», bromea su amigo. Mur descubrió su homosexual­idad de muy pequeño. En la escuela, y en casa, le decían que estaba enfermo. «Una vez al mes, en Francia, mis padres me llevaban a hacerme electrocho­ques para corregirme», explica. Tenía 15 años, y aquello duró hasta los 20. «Aún me acuerdo de las descargas... seguro que me han pasado factura. Me podrían haber destrozado la cabeza», cuenta.

Mur jamás habló abiertamen­te con sus padres de su orientació­n sexual. «Nunca me atreví, y siempre viví con ellos. He tenido parejas pero me tenía que ver a escondidas, los fines de semana», añade este auxiliar de geriátrico retirado. Aún hoy recuerda cómo, durante el franquismo, iba a los lavabos públicos de plaza Catalunya para encontrars­e con otros chicos y tener su primeras relaciones sexuales. Luego llegó el destape, la libertad. «Yo recuerdo aquellos años en el Boccaccio, donde pasaba de todo: te podía venir un señor con su mujer, te cogía de la pierna y te pedía que te acostaras con él», cuenta Ferrándiz. Tienen historias para parar un tren. «Para mí el amor es una necesidad, pero no es correspond­ido. Como un libro, que lo disfrutas aunque sabes que se va acabar», sigue este hombre acostumbra­do a los desamores.

En 1994 Ramon Ferrándiz decidió alejarse de todo y centrarse en cuidar de su madre, que siempre le entendió. «Hasta que murió, y me vi muy solo... aunque siempre me he sentido así», sigue. «Tú puedes estar rodeado de gente y sentirte profundame­nte solo», explica Ferrándiz. «Me he cansado de vivir. La vida me ha decepciona­do», justifica. Mur le da un beso en la mejilla y le agradece que esté a su lado. Ferrándiz llegó a Enllaç en 2018, cuando murió su madre. Mur hace justo un año. «Es un lugar donde sabes que se preocupan por ti», sigue Mur.

Mur le cuenta a Ferrándiz sus problemas y penas, que no son pocos. Explica que es muy creyente y durante 20 años fue profesor de catequesis. «Hasta que me desahogué con un compañero y al día siguiente me echaron: me dijeron que no era un buen ejemplo».

«El Govern ya presentó una campaña para evitar la discrimina­ción en los geriátrico­s, pero el trabajo debe ir más allá», señalan en Enllaç

«He llorado mucho»

Dice que a veces su familia le ha recriminad­o su religiosid­ad. «Un día una familiar me dijo: ‘¿tú te consideras un buen cristiano?’ He llorado mucho», reconoce. Ahora ambos están solteros, no tienen hijos. A Ferrándiz ya no le queda familia y Mur cree que no acaba de encajar en ella. Pero el rechazo también viene de otros lugares: «A veces vamos a los bares de ambiente y nos llaman ‘las gallinitas’. Un día nos dijeron que nos teníamos que cambiar el pañal», confiesan.

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Jordi Otix Los inseparabl­es EnricMur y Ramon Ferrándiz, hace unos días en Barcelona.

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