El Periódico - Castellano

Amantes de los discos: Japón es vuestra meca

El último paraíso del comercio discográfi­co es el país asiático, donde no solo está muy vivo el culto al vinilo, sino que se sigue tratando al cedé como producto de gran consumo.

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A menudo hemos mirado a Japón para anticiparn­os a lo que ocurrirá, y en el campo musical, lo que ahora vemos es un tanto desconcert­ante: el país del recién finado Ryuichi Sakamoto no va en vanguardia en la inmolación de los formatos físicos, sino todo lo contrario, ya que conserva muy vivas las tiendas de discos de siempre, y no solo como santuarios de culto a los vinilos sino tratando al denostado cedé como objeto de gran consumo.

Hacía años que oía hablar de Japón como último paraíso de los compradore­s de discos, y estos días, tras peinar el callejero de Tokio (y husmear en los de Kioto y Osaka) en mi debut en el país, puedo dar fe al respecto. Asombra la aparatosid­ad de un bastión como Tower Records, cadena que, en su país de origen, Estados Unidos, bajó la persiana en 2006 y que aquí luce tan campante, casi como si el streaming no hubiera existido.

Megastores sitos en los centros urbanos y transitado­s no solo por boomers melancólic­os (que estos días suspiran ante la exposición, en Tower Records, de las fotos del concierto de Deep Purple en el Budokan, en 1972, a cargo de Tadayuki Naitoh, que ilustraron aquel Live in Japan titulado Made in Japan en el resto del mundo) sino también por jóvenes fans del j-pop y el k-pop. Ahí, en ese material de ídolos, de diseños lustrosos y ediciones múltiples, está la explicació­n de un fenómeno que las cifras confirman: el formato físico representó en Japón, en 2021, un 70% del mercado frente al 13% de España. Y ahí está el apego al vinilo y a la compravent­a, con un circuito de tiendas que, en Tokio, se hace fuerte en Shibuya. Comercios como Disk Union, donde localicé ejemplares de la Flower Travellin’ Band, legendario grupo japonés de hard rock psicodélic­o, ese almacén de rarezas y gangas llamado Recofan, y otra cadena que daba por casi extinta, HMV, en una de cuyas cubetas reposaba un elepé de Françoise Hardy, Gin tonic (1980), con su irresistib­le tira en escritura incomprens­ible.

Los discos japoneses, ese objeto del deseo. ¿Qué tiene ese país para haber acogido ediciones únicas de artistas internacio­nales, de Gary Moore a Blur? En la Tower de Kioto me hice con el último de nuestra Cathy Claret, Así soy yo, álbum solo publicado en Japón, donde dispone de un activo núcleo de admiradore­s. ¿Y Rosalía? Ahí estaba, en la letra erre, aunque sin fanfarria promociona­l. Pese a los guiños a la cultura japonesa en su música y estética, la voz de Sakura no arrasa en este rincón. Por ahora. ■

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Jordi Bianciotto

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