El Periódico - Castellano

A ti te encontré en la calle

Ana Obregón PRESENTADO­RA, ACTRIZ Y ‘SOCIALITÉ’

- POR JORGE FAURÓ

Ana Obregón, la madre abuela, no ha tenido una hija nieta. Tenido o comprado, pónganle el participio que consideren de acuerdo a sus principios. Muy a pesar de la madre abuela, o acaso no tanto, lo que ha tenido o comprado Ana Obregón es una

socialité, un anglicismo (socialite) que queda mucho mejor en su acepción francófona, como

entreprene­ur o croissant. Una socialité campea en un escalafón superior al de un simple personaje del corazón; una socialité jamás saldría por propia voluntad en otra revista que no fuera el ¡Hola!, que es la aristocrac­ia de quienes acumulan una fama instalada en las portadas, sin que apenas se recuerde qué singular acontecimi­ento les llevó a ocupar hace años aquel primer frontispic­io en cuché (otro galicismo, del francés couché que significa acostarse. En las portadas del cuché sale a menudo gente porque se acuesta con otra gente).

Son nuevos tiempos. Los hijos ya no se tienen: se subrogan. Los hijos se subrogan como se subroga una hipoteca o un préstamo bancario. O un cachorro de pastor alemán con pedigrí, de esos en origen inscritos Von Hausen o Von Kranich’Hof y acaban llamándose Pipo o Thor cuando llegan a casa. «Guárdame un cachorro macho cuando cruces a Hedwig Von Hausen con Wilhelm Von Kranich’Hof». Y así es como uno de los retoños de la camada, pongamos Helmut, acaba convertido en Pipo, subrogado en el vientre de Hedwig.

Hedwig y Wilhelm reciben a cambio una alimentaci­ón de primera y el criador del pequeño Helmut, transmutad­o ya en Pipo, Thor o Kiro, percibe el pago consiguien­te por la transacció­n o subrogació­n.

Si Ana Obregón (68 años) ha convertido a un bebé, al bebé de su hijo muerto y de una madre de alquiler, en mercancía subrogada, queda a juicio de los miles de

expertos en la materia que han brotado desde que la vimos salir en silla de ruedas de un hospital de Miami. Lo escandalos­o no es, o no solamente es, que Ana Obregón haya hecho lo que muchos otros famosos ya hicieron antes sin tanto griterío (hombres casi siempre, Miguel Bosé, Cristiano Ronaldo, también mujeres, Tita Cervera o Paris Hilton), sin pasar de la prensa rosa a la generalist­a, sin calzarlo en la agenda de la política. A la Obregón se la atiza por muchas razones, porque iba para bióloga y se tornó en actriz de poco fuste, por vender su vida en las revistas, por el primer posado del verano, porque pudiendo ejercer de bióloga salió un día en una portada y le tomó el gusto, porque carece de una carrera meritoria como sí han tenido los Bosé o los Ronaldo, o porque no trajo un museo de arte moderno al centro de Madrid.

Con idénticos mimbres, lo que otros y otras hicieron también sería constituti­vo de impudicia. Lo más sensato se lo he escuchado a la ministra de Defensa y magistrada, Margarita Robles: «Deberíamos acostumbra­rnos todos a respetar las razones personales, por qué una persona toma una decisión. […] Opinamos sobre lo que hacen los demás, muchas veces sin tener datos concretos».

Inmoralida­d

La verdadera inmoralida­d es convertir a un bebé en socialité nada más salir del vientre de Y. E. V. P., la mujer de origen cubano afincada en Florida, la madre biológica. Madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle, recitaba Rafael de León. La glosa ya está obsoleta. Dicho con prescienci­a, Ana Sandra Lequio Obregón será socialité hasta el final. Podrá elegir lo que quiera en la vida, lo que decida en su pubertad o adolescenc­ia, abogada, actriz, ingeniera o activista proambient­al, pero siempre será un personaje, desde la cuna y hasta el final de sus días; una socialité a la que se recordará como la

hija nieta de Ana Obregón que nació por gestación subrogada, tal cual se apostilla cuando se escribe de Neil Armstrong como el primer hombre que pisó la Luna o de Richard Nixon como el presidente norteameri­cano que renunció a su cargo, solo que estos tenían una biografía antes de hacer lo que hicieron y por lo que pasaron a la historia. Ana Sandra no tiene más biografía que la de su nacimiento, como en su día Kiko Rivera –en un tiempo, Paquirrín–, que no tiene mayor currículo que ser hijo de la Pantoja.

Juzgar públicamen­te a Ana Obregón por lo que ha hecho carece ya de sentido. La moralidad o inmoralida­d de esta gestación subrogada ya no tiene vuelta atrás. Lo que sí la tiene es lo que Ana Obregón haga con esa niña a partir de ahora y en lo que acabe convirtién­dola, si en alguien por quien haya merecido la pena el apaleamien­to público o en el primero de muchos posados de los veranos futuros.

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Europa Press La presentado­ra, actriz y ‘socialité’ Ana Obregón, en una imagen reciente.
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