¿Es la economía, estúpido?
Ahora no hay vencedor económico porque no estamos en recesión y el empleo crece, pero la inflación castiga a las familias y tampoco hay viento de popa
En 1992 George Bush era presidente y favorito a ganar las elecciones, pero venció Bill Clinton y consagró aquello de «es la economía, estúpido», que se ha convertido en un dogma: los resultados electorales dependen de la marcha de la economía. Y no siempre es así.
La gran victoria de Felipe González en 1982 se debió a que el PSOE supo encarnar la ruptura sin traumas con los tiempos pasados. Recuerden, «para que España funcione». Y el gran invento de la UCD se desmoronó con la dimisión de Adolfo Suárez, que había ganado en el 77 y 79. La UCD no solo perdió, sino que la AP de Fraga se convirtió en el primer partido de la oposición.
En 1993, con la crisis que siguió a 1992, Felipe todavía derrotó a Aznar. Sin embargo, en el 96, con una economía mejor, perdió. Su larga etapa estaba agotada y el presidente lo sabía. Por el contrario, que la economía creciera mucho en 1996-2000, primera legislatura Aznar –con Rodrigo Rato de liberal templado, Pujol de carabina y Javier Arenas negociando con UGT y CC.OO– sí fue la clave de la mayoría absoluta del PP en 2000. Y la derrota de Rajoy en 2004 no se debió a la economía sino a la gran mentira de Aznar-Acebes sobre la autoría del gravísimo atentado islamista de Atocha, que atribuyó a ETA.
Pero la grave crisis mundial, iniciada en 2008, sí fue determinante cuando Zapatero se retiró en 2011 y Rajoy ganó frente a Rubalcaba la segunda mayoría absoluta del PP. Zapatero no creó la crisis mundial, pero había vendido tanto la piel del oso (hemos pasado a Italia, ahora vamos por Francia) que perdió toda su credibilidad cuando recortó el salario de los funcionarios y las pensiones.
Ahora no parece que la economía vaya a ser la clave de las municipales y autonómicas del 28-M, que son el prólogo de las generales de diciembre. Por dos motivos contrapuestos. Uno, porque pese al catastrofismo del PP, la economía ni está en recesión ni vivimos la angustia del final de Zapatero. Dos, porque, pese a ello, la pandemia y la guerra de Ucrania han dejado huellas. El crecimiento va a bajar del 5,5% de 2022 al 2%. Es una fuerte desaceleración que no ha impedido que en este primer cuatrimestre el empleo haya seguido creciendo y alcanzado el récord de 20,6 millones de afiliados a la Seguridad Social.
Sin embargo, el disparo de la inflación está castigando el consumo familiar. Cierto que la inflación ha caído de más del 10% anual el pasado verano al 4,1% en abril, pero la subida del precio de los alimentos –la bofetada diaria del supermercado– ha llegado al 16%. El malestar social que causa la caída de los salarios reales no es el infierno de 2011 pero no favorece al Gobierno. No hay recesión, pero tampoco viento de popa.
En este sentido, el difícil e inesperado acuerdo del viernes entre la CEOE, UGT y CC.OO para un aumento salarial del 4% este año y del 3% en el 2024 y 2025 indica que los interlocutores sociales son razonables y que, al contrario que en Francia, no hay conflictividad social a la vista. Es un respiro para el Gobierno: la gran crispación política no enturbia el clima social.
La economía no va a ser, pues, la gran arma electoral. Sánchez sabe que la inflación es el problema que más preocupa a los españoles (al 70%), según la encuesta de El País del miércoles. Y para afrontar esta escalada de precios se confía algo más en el PP (22,5%) que en el PSOE (21,7%). Y lo mismo pasa con el paro (23,4% contra 21,5%). Aunque los socialistas son más valorados que los populares para afrontar los otros tres grandes problemas: el coste de la vivienda, donde el PSOE luce una ventaja de casi cuatro puntos (20,6% contra 16,8%), las desigualdades sociales y el cambio climático.
Las preferencias ante estos problemas entre los dos partidos no son abismales y están bastante equilibradas, por lo que la economía no será la primera razón del resultado. Quizás la clave, aparte de la personalidad y capacidad de gestión de los candidatos a los ayuntamientos y comunidades, sea algo más política. ¿Qué es lo menos malo e inconfortable, el pacto de mal avenidos entre el PSOE, los Podemos fraccionados y los independentistas, o el miedo a gobiernos de coalición entre el PP y la extrema derecha de Vox, como en Castilla-León? ■