La caja de resonancia
El espectáculo virtual de Abba y sus ‘abbatares’ en Londres celebra su primer aniversario y el balance disipa las dudas: un millón de espectadores y una experiencia no solo tecnológicamente prodigiosa.
Hay hechos noticiosos que deben ser avalados con el paso del tiempo y el de que Abba ponía en marcha su espectáculo de avatares (o abbatares) invitaba a la observación para comprobar si lo suyo se consolidaba o derivaba en un bluf. Pero
cumplirá el próximo sábado un año de funciones en Londres y el balance es claro y meridiano: el ha superado el millón de visitantes, sigue llenando sin descanso y fuentes oficiales han anunciado que trabajan para llevarlo de gira mundial.
Los productores decían en su día que la clave de era que los asistentes se olvidaran de que estaban ante un prodigio de la tecnología y se emocionaran, rieran y lloraran. ¿Lo consigue? Logra acariciar ese efecto. ¿Llegas a perder de vista que no son ellos en realidad? Bien, la gracia es que te hace percibir que sí lo son, tal como si no hubieran envejecido: aunque sus figuras recrean, contra natura, el aspecto de cuando tenían 30 años, escalofrío sobrenatural, luego tus ojos se van adaptando a la inédita realidad, ayudados por algún que otro golpe de humor («no estoy mal para mi edad, ¿verdad?», bromea Benny), y por fin te rindes y te dejas maravillar por los alucinantes primeros planos. Aunque los históricos no dan tregua, el momento más sobrecogedor es cuando Agnetha defiende esa (excelente) canción nueva,
pidiéndonos con su aspecto juvenil, pero desde su conciencia de señora en la setentena, que hagamos el favor de no dejarla de lado.
Termina el y piensas que la apuesta de Abba resulta más cabal que lo de Madonna con sus intentos de volver a los 20 años locamente. No sabemos si el patrón de
invocando a un grupo de enorme impacto que dejó de actuar en 1980, es extrapolable a otros artistas. Pero no tengamos miedo de la tecnología. Al fin y al cabo, es la más humana de las expresiones.
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