Adam Sandler se pierde en el espacio en ‘El astronauta’
La esperada película de Johan Renck, director de la serie ‘Chernobyl’, presentada ayer fuera de concurso, decepciona por su tedio y falta de originalidad.
El de hacer reír es un oficio increíblemente difícil que a menudo no obtiene el reconocimiento que merece, y entender eso no es incompatible con aceptar una evidencia acerca de uno de los actores cómicos más famosos que existen: pese a haber logrado su mayor éxito comercial rodando cómedias, las películas que más claro han dejado qué gran actor es Adam Sandler cuando quiere son sus incursiones en el cine más vocacionalmente serio. Y, considerando que el personaje encarnado por Sandler en El astronauta tiene poco o nada de cómico, y que lo ha interpretado a las órdenes de quien en su día dirigió la impecable miniserie Chernobyl, Johan Renck, había motivos para esperar grandes cosas también de la nueva película, presentada ayer fuera de concurso en la Berlinale. Como suele decirse, además, equivocarse es una cosa muy humana.
Basada en la novela El astronauta de Bohemia, publicada por Jaroslav Kalfar en 2017, transcurre en un futuro alternativo en el que la República Checa lidera la carrera espacial. El héroe del país es Jakub (Sandler), que desde hace seis meses permanece solo en el interior de una aeronave a 6.000 millones de kilómetros de la Tierra, investigando una misteriosa nube de polvo cercana a Júpiter tras la que podría encontrarse la respuesta a los secretos del universo. Llegado el momento, Jakub comprende que el matrimonio que dejó atrás al emprender su misión probablemente ya se habrá roto en cuanto vuelva a la Tierra, y a partir de entonces halla consuelo en la misteriosa criatura arácnida que un día aparece en el interior del vehículo.
El cine ambientado en el espacio exterior está lleno de criaturas monstruosas pero, que se sepa, la que coprotagoniza El astronauta no solo es la primera araña pulpo del grupo sino, más importante, la primera que funciona a modo de proyección de la soledad y la angustia existencial del personaje titular. Y ese matiz posiblemente represente la única muestra de originalidad de una película que toma préstamos descarados de ficciones cinematográficas infinitamente más logradas sobre hombres perdidos en el espacio como Solaris (1972), Moon (2009), Interestellar (2014) y Ad Astra (2019), y que entretanto atiborra
La cinta atiborra su metraje de sonrojante jerigonza pseudocientífica
su metraje tanto de sonrojante jerigonza pseudocientífica como de alusiones a una multitud de asuntos –qué sacrificios estamos dispuestos a hacer y cuáles no al formar una pareja, los traumas que nuestros padres nos causan y que marcan nuestra propia paternidad, el yugo soviético sobre Checoslovaquia, el sentido del Universo– que, obviamente, sus 108 minutos de metraje no tienen tiempo de desarrollar como habrían merecido. Pero, más allá de todo eso, el gran problema de
El astronauta queda perfectamente plasmado en el gesto indolente y alicaído que Sandler mantiene durante su transcurso y que, más que la melancolía de su personaje, refleja la la sensación de aburrimiento que la película construida a su alrededor genera en el espectador.
La competición del día
Quizá para asegurarse de que nada desviara la atención de la presencia de Sandler en el festival, sus responsables decidieron que hoy era el día perfecto para programar juntas las que sin duda son las dos películas más olvidables y lamentables entre las aspirantes al Oso de Oro presentadas por el momento. Black Tea, del cineasta maliense Abderrahmane Sissako, va viajando entre China, Costa de Marfil y Cabo Verde para hablar entre susurros de no se sabe muy bien qué –los mecanismos de la atracción, las propiedades aromáticas del té, la similación cultural, el precio de las maletas–, y mientras tanto exige niveles parejos de cursilería, amaneramiento y desesperación por parecerse a In the Mood For Love (2000).
Y Gloria!, la primera película de una cantante pop italiana llamada Margherita Vicario, viaja hasta una institución para chicas huérfanas en la Venecia de hace dos siglos con el fin de reivindicar la solidaridad entre mujeres y el poder liberador de la música, y para ello exhibe un nivel de sofisticación narrativa perfectamente aceptable en, por ejemplo, un telefilme de Disney Channel, pero no tanto en una película que aspira a premio en uno de los festivales más prestigiosos del mundo.
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